Cada vez me encuentro con más venezolanos en las calles de Manizales. Son respetuosos, amables, recursivos, sencillos. Además, me gusta como hablan. Creo que la nueva migración venezolana será muy beneficiosa para el país, más aún, para una ciudad como Manizales donde hasta hace muy poco éramos los mismos con las mismas, casi todos llegados de algún pueblo de Caldas, casi todos con una tía defensora de un extraño abolengo extraviado en el camino de los arrieros. Estos que apenas llegan vienen con nuevas costumbres y cosmovisiones. De este intercambio saldremos todos enriquecidos. En 2018, han nacido en Manizales 12 niñas y niños hijos de venezolanos.
Sin embargo, esta posición es egoísta. Estoy segura que no migran por moda o vanidad como dicen Maduro y Cabello, la mayoría de ellos quieren volver a su tierra, encontrarse con los suyos, que sus familiares y amigos dejen de pasar trabajo para conseguir comida, medicamentos, atención en salud; vivir en un Estado que les garantice justicia, seguridad, educación, oportunidades económicas. Y aunque quiero que los venezolanos se queden y que sus hijos se convirtieran en unos nuevos manizaleños, con la mente más abierta y la cultura más enriquecida, también quiero para Venezuela su propia Revolución de los Claveles.
En el año 1974, en Portugal, después de 48 años de dictadura, los lusos se hartaron de la tiranía impuesta por Salazar y decidieron hacer la revolución. El rompimiento empezó por el Ejército que estaba hastiado de la mezquina máquina de sangre y explotación en la que se habían convertido las guerras de ultramar.
Entonces, los militares revolucionarios coordinaron la toma de los sitios estratégicos mediante la emisión en radio nacional de canciones populares. El 24 de abril de 1974 a las 10:55 p.m. sonó la canción "E depois do Adeus", el primer aviso para las tropas: debían preparar sus puestos y sincronizar relojes. A la 1:25 a.m. del 25 de abril, la Radio Renascença transmitió "Grândola, Vila Morena" una canción revolucionaria de José Afonso, prohibida por la dictadura. Era la segunda señal pactada para ocupar destacamentos militares de todo el país. A la 1 de la tarde, la mayoría de los batallones y puestos de policía estaban bajo el control de los golpistas.
En la madrugada del 26 de abril, los ciudadanos empezaron a salir a las calles para acompañar a los militares revolucionarios. Por Lisboa caminaba Celeste Caeiro, una mesera que cargaba ramos de claveles sobrantes de una celebración que se había cancelado la noche anterior por motivo de la sublevación militar. Un soldado, atrincherado desde un tanque, en la plaza del Rossio, le pidió un cigarrillo; ella no tenía, pero como muestra de simpatía y apoyo al golpe, le dio algunas de sus flores, el soldado puso una en su cañón y los compañeros repitieron el gesto taponando con ellos sus fusiles, como símbolo de que no iban a disparar sus armas. La metáfora se extendió por toda la ciudad, donde militares y civiles empezaron a compartir claveles.
A las 9 de la noche del 26 de abril de 1974, el régimen de Salazar estaba vencido. En su primer comunicado público el general Spínola, jefe de la Junta Militar, levantó la censura, la prohibición de la libre asociación, decretó el mecanismo de elección popular como procedimiento para elegir la Asamblea Nacional Constituyente y al próximo presidente y la garantía para todos los ciudadanos de los derechos humanos fundamentales consagrados en la Declaración Universal. Encuentro a una revolución sin víctimas, sincronizada con canciones y hecha con fusiles taponados con claveles como un símbolo político muy poderoso. Deseo eso para Venezuela.
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