El pelo de pelo blanco se va expandiendo por todo el mundo occidental, dejando a su paso el cabello frondoso, propio para la gomina y de tintes de una moda casi femenina.
Una mirada al aire, en la calle o en reuniones sociales, el blanco es el color predominante, en las cabezas de los transeúntes o concurrentes.
Esto tiene muchos significados y también advertencias. No es solamente el aviso de un cambio generacional recurrente. Es un fenómeno trascendental, que con el pasar de pocos años cambiará, el orden mundial.
El solo hecho de que en un período de cien años, la esperanza de la vida media subiera de cuarenta a ochenta y ya se estuviera aproximando a los cien años, es motivo para muchas reflexiones. Esto de los cien años, no es algo lejano. Con frecuencia, los medios escritos dan cuenta de casos que superan cifras.
Un ejemplo, que seguramente admirarán los aficionados al golf. Hace unos dos años la revista Golf Digest informó en su carátula la fotografía de un golfista, que a los ciento diez años, había ganado el torneo de su club, con un hándicap de 17. No lucía como un anciano en la carátula de la revista aludida, ni de aquellos que todavía se tienen en mente. Al contrario, resplandecía vigoroso y retador. Esta revista informa la llegada a los cien años de jugadores de su club, y no son pocos.
Ya se trata con más respeto a los ancianos peliblancos, que se encuentran por doquier, cada vez más altivos y participando en todas las actividades del diario vivir. En general, gentes de todos los estratos, temen cumplir edades avanzadas porque se sienten inútiles. Se sienten agobiados por los años. Al contrario, los que aman la vida, a cualquier edad, luchan por preservarla.
Los gimnasios, que pululan, reciben más y más clientela, personas de ambos sexos y calificadas como de tercera edad.
Ya las expresiones despreciativas, despectivas y humillantes, con las cuales dejaban a un lado gentes consideradas ancianas, están siendo abolidas. Porque ha sido aberrante que estos calificativos se iniciaran con los preancianos de cincuenta años. Y qué decir de los desprecios a los de sesenta o setenta, si acaso se llegaba a esta cumbre.
Hoy los ancianos de ese entonces se encuentran en las tertulias, en los viajes de turismo internacional, en los campos de deporte, en los negocios, no se trasnochan, duermen profundamente, en fin, participan en las más variadas actividades. La comida selecta, los ejercicios diarios y la mente alerta, son los estimulantes efectivos para estos avances.
Adiós a las expresiones para dirigirse a los de la tercera edad, como estas: La vejez es la muerte en vida, los viejos constituyen un pueblo acorralado que estorba, un pueblo cortejado por el más allá, cuya sala de espera son los ancianatos, un pueblo destinado a la eliminación. Diatribas como estas ya pasando al olvido.
Los ancianos de cien años son frecuentes. La existencia humana ha evolucionado en forma extraordinaria. La edad de sus gentes se ha extendido como nadie antes se había imaginado y con ella la ciencia, su génesis, su soporte y palanca infinita.
Hoy día hay que envejecer al máximo posible y existen métodos a la mano. Aun los que no tienen fortuna. Excepto claro los que carecen de dinero y han nacido en la pobreza absoluta. La pobreza absoluta es la mayor desgracia social y todos los esfuerzos por erradicarla son pocos. Las políticas gubernamentales tienen que colocar esta desgracia, como primer punto de sus deberes. Pero también la obligación se extiende a quienes tienen la fortuna de poseer dinero. La existencia del dinero en paralelo con la pobreza es ignominioso e inaceptable.
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