Esta columna fue hecha a cuatro manos: entre Otty Patiño y el suscrito. Pensamos en que le asiste toda la razón al abogado Lorenzo Calderón Jaramillo cuando dijo, en una reunión del grupo La Paz Querida, Capítulo Caldas, que la paz en Colombia ha sido “herida, querida y re-querida.”
Este sueño de vivir en un país en paz ha sido apropiado por distintos mandatarios. Sirvió de justificación del golpe cívico-militar (1953), cuando Rojas Pinilla proclamó: “No más sangre, no más depredaciones a nombre de ningún partido político (…). Paz, derecho, libertad, justicia y, de manera preferente, para las clases menos favorecidas, los obreros y menesterosos...” Este anhelo de paz para terminar la violencia liberal-conservadora produjo un acto de perdón generalizado en 1953, y dos amnistías e indultos: 1954 y 1958. Después de que se derrocó a Rojas Pinilla, el Frente Nacional, conocido como el Pacto de Benidorm, firmado entre Laureano Gómez y Alberto Lleras Camargo acabó con las históricas broncas entre liberales y conservadores.
Aunque fue una paz muy corta, tuvo enorme importancia. El país de los años 60 quería más que una paz entre rojos y azules firmada por unas élites cuya ajenidad del país real era evidente. La rebeldía política de quienes fueron excluidos del banquete bipartidista, la rebeldía social de los ciudadanos menos favorecidas, y la rebeldía armada de quienes soñaron una revolución socialista, terminaron por reventar la paz frente-nacionalista. Lo reconoció Belisario Betancur en su discurso de posesión: “Les declaro la paz a mis conciudadanos sin distinción alguna: ¡a esa tarea prioritaria me consagro porque necesitamos esa paz colombiana para cuidarla, como se cuida el árbol que convocará bajo sus gajos abiertos a toda la familia nacional!” Promovió una amnistía amplia e incondicional y abrió las puertas a la creación de la Unión Patriótica, como expresión política de las Farc, y a un diálogo nacional propuesto por el Epl y el M19.
Pero los enemigos de esa paz no se quedaron quietos: el saboteo a la tregua pactada y la falta de voluntad política de las fuerzas tradicionales, hizo que ese esfuerzo terminara en tres tragedias: el genocidio de la Unión Patriótica, el asesinato de varios comandantes del Epl y del M19, y el holocausto del Palacio de Justicia. La paz estaba herida… y de muerte. Sin embargo, en 1989, la paz fue re-querida por Carlos Pizarro, aceptada por Virgilio Barco y consolidada después por Antonio Navarro y César Gaviria. En su proceso de gestación, esa paz renacida sufrió los magnicidios de Luis Carlos Galán (1989), Bernardo Jaramillo y Carlos Pizarro (1990); no obstante, se sobrepuso a estos hechos, y tuvo su punto más alto en la gestación de una nueva Constitución Política.
Luego, las Farc y el Gobierno de Juan Manuel Santos, después de un difícil proceso de conversaciones en La Habana, firmaron un acuerdo que culminó con el desarme de la guerrilla más antigua de Colombia. Y aunque parecía que la luz de paz al final del túnel de la violencia iluminaría a los colombianos, no ha sido así. Hoy la paz está, de nuevo, herida: por la actitud ciega de comandos del Eln, que realizaron el despreciable ataque a la Escuela de Policía General Santander; por los planes de intervención en Venezuela aupados por el presidente de los EE.UU. y los halcones del Pentágono; por la actitud testaruda de quienes se apegan al poder por encima de la voluntad y el bienestar de sus conciudadanos; por el desconocimiento de los acuerdos firmados en La Habana... Pero, sobre todo, porque el mandatario de los colombianos parece escuchar más el canto de sirena de quienes gozan y se lucran con el negocio de las armas, que el deseo de millares de ciudadanos que sueñan un país en paz consigo mismo y con sus entornos a través de la paz negociada.
La esperanza se afinca en el clamor de los ciudadanos que han sufrido en carne propia y en sus territorios la guerra y que anhelan, más que el perdón, la reconciliación. Esta es ahora la paz re-querida.
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