El ejercicio de la política puede ser la más noble de las tareas que emprenden los ciudadanos que buscan propiciar y proteger el bien común. Sin embargo, por ser una actividad humana, es susceptible de convertirse en el más pérfido de los oficios. Y como fácilmente esta perfidia pasa a ser parte del paisaje, los ciudadanos nos volvemos tolerantes con los corruptos y no nos damos cuenta de que nosotros la pagamos.
La corrupción política entendida como la degeneración de las potestades públicas en beneficio propio o de terceros y en perjuicio del interés general, es un mal que vive en el seno de las democracias. Corroe la dignidad y la decencia, y elimina la frontera entre lo público y lo privado; destruye el pacto social rompiendo la idea de la igualdad de oportunidades y termina traicionando el Estado Social de Derecho, lo que conlleva la pérdida de la confianza y de la credibilidad en las instituciones.
En el riguroso informe de la corporación Transparencia por Colombia que registra hechos de corrupción en Colombia (2016-2018), se detectaron 327 hechos de corrupción. Y hay datos que llaman la atención: entre los actores vinculados a hechos de corrupción, el 39% corresponde a funcionarios, y el 30% a gobernantes elegidos por voto popular. De este porcentaje el 41% a concejales, y el 40% a alcaldes, seguidos de gobernadores, diputados y senadores. Claro, en aras de ser ecuánimes, dos asuntos: que no todos los mandatarios públicos son corruptos; y dos, que es muy difícil tener una estadística real de la corrupción, misma que casi por definición es oculta. Estos datos nos sirven para que pongamos mucho cuidado en las elecciones del 27, y miremos por quiénes vamos a votar.
Como sociedad abierta y democrática que decimos que somos, hay que considerar que los ciudadanos de ‘a pie’ somos corresponsables de la corrupción que nos golpea. Muchos de quienes ejercen la política, porque la promueven o la esconden; promotores empresariales que diseñan estrategias para huir del Derecho Administrativo; partidos políticos cuya ceguera moral no les impide aplaudirla; jueces y fiscales; instituciones responsables del control fiscal y administrativo; medios de comunicación que la invisibilizan haciendo preguntas melosas y no menos morbosas; intelectuales, cuya pluma está cerca de la complacencia con el poder; y ciudadanos que, en su mayoría, se vuelven “cómplices” con los políticos corruptos eligiéndolos una y otra vez.
La ética -y sobre todo, la que le atañe a lo público- es la conciencia plena de lo que está bien y de lo que está mal; de lo que se debe hacer y de lo que se debe evitar, máxime si se piensa en términos de gobierno y de gobernanza. Por eso creo que los ciudadanos de este territorio debemos mantener ojo vigilante respecto de a quiénes vamos a elegir el domingo 27. Pensemos con sumo juicio cuáles de los candidatos que participaron en estas maratónicas jornadas de campaña tienen realmente vocación y espíritu colectivo para pensar en el bien general, antes que en sus propósitos personales e ideológicos.
¿Quiénes realmente defenderán la integridad, la decencia y la moralidad en el ámbito público. ¿Quiénes mantendrán siempre en el horizonte los valores fundamentales del manejo de la cosa pública: honradez, imparcialidad, probidad y neutralidad?, valores que deben formar parte de la eficacia y la eficiencia, propios de las administraciones contemporáneas.
Somos muchos ciudadanos, en esta ciudad y en este departamento, que pensamos que el ser virtuoso, hecho que importa tanto como la preparación técnica, debe ser el faro que ilumine la gobernabilidad. Y me encuentro con que cada vez somos más los que estamos convencidos de que Andrés Felipe Betancourt es un hombre virtuoso. Él sabe que la moral es el bien más preciado con el que debemos honrar el gobierno y la gobernanza, hoy más que nunca.
Respetando la preferencia para la alcaldía que tengan los ciudadanos, mi invitación es que examinen con lupa los valores morales de su candidato; qué tanto importa que su futuro gobernante sea ante todo un digno representante de la decencia, la dignidad y la honestidad. Piénsenlo bien. No sea que a partir del lunes les vuelvan a pisar su dignidad.
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