Muchas veces nos preguntamos ¿por qué caemos en la violencia y no en el uso de la palabra? ¿Por qué la violencia se cuela en nuestras vidas, en nuestras sociedades?
Dos clásicos analistas de la conducta Konrand Lorenz y Sigmund Freud, postularon - y en esto no han sido superados - que la pulsión agresiva es mayormente instintiva en el ser humano, pero que la eficacia de la cultura está en aprender a dominarla para convivir. Detrás de cada conducta agresiva, se puede entender una respuesta básica a la frustración que resulta de no poder satisfacer a voluntad todos nuestros deseos y necesidades, declinando esta fuerza perentoria y agresiva en aras de la civilidad. Cuando fracasa la efectividad de la sociedad para regular todas las demandas, algunos lo resuelven por su propia mano y es en ese punto que nos alejamos de la convivencia y volvemos a esta pulsión básica de muerte que desequilibra el mundo y nos deja a merced de la violencia.
¿Qué podemos hacer para superarlo? ¿Somos una sociedad irremediablemente condenada a la violencia? Sin querer ocupar el lugar de los violentólogos, quizás lo que más anhelamos en el presente es saber qué tenemos que hacer para superar y para no repetir una y otra vez las soluciones violentas. Tal vez lo primero sea entender que la agresión, no es un instinto que se pueda superar culturalmente de una sola manera, hay múltiples formas y caminos. Esto nos remite a la idea de John Paul Lederach, quien sugiere apelar a nuestra imaginación moral para seguir ideando cómo resolver y afrontar nuestras diferencias. Se trata de estimular esa fuerza también humana de creación, de pulsión de vida opuesta al tánatos que nos mueve a conservarnos no solo como especie sino en relación con los demás, con la naturaleza y con el cosmos. La imaginación moral surge y se promueve en la interacción, en el diálogo, en la conversación humana que nos dignifica y enriquece.
La frustración y la desesperanza son dos sentimientos que con frecuencia alimentan la violencia, por ello, debemos imaginar de otra manera la cultura para atenuarlas y conducirlas proactivamente. Reducir la competencia irracional, el consumo sin freno, el aprecio por el poder absoluto y el ejercicio violento del mismo; abolir las ideas de supremacía, la acumulación injusta y, apelar al logro social de la convivencia, creando nuevos órdenes y otro mundo posible en el que podamos efectivamente vivir y actuar colaborativamente. Es difícil, pero como toda utopía, nos sirve para caminar con dirección.
En el conversar surge el emocionar y en ese lugar estético y ético surgen propuestas para convivir, para construir, para conservar la sociedad que juntos hemos creado; por eso el instrumento de la imaginación moral está en el diálogo y pese a todo lo que se pueda pensar, lo más valiente y lo más novedoso en estos tiempos de exacerbación de la violencia, creámoslo o no, es dialogar.
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