La Bendición Urbi et Orbi del papa Francisco el pasado viernes fue el acto espiritual más impactante que hayamos tenido los católicos en la historia reciente de nuestra religión. La Plaza de San Pedro estaba vacía, pero allí estábamos todos. La fe nos unía y nos daba un sentido a lo que estamos viviendo.
Mientras nos encontramos invadidos de miedo por la pandemia que nos tiene confinados, el papa nos llama a que invitemos a Jesús a subir a nuestra barca. Con esta poderosa imagen del Evangelio de la barca en tempestad. Un llamado a la humildad, un llamado a dejar la soberbia en la que nos hemos ido encumbrando creyendo que el hombre lo puede todo. Es un llamado de cambio de actitud, de mayor respeto, cuidado y sencillez. Es un llamado a los grandes poderosos de la tierra a que dejen de tiranizar con sus comportamientos.
El papa nos invita a la conversión, una conversión que debe hacer que el mundo cambie radicalmente, el mundo no puede ser el mismo. Ese mundo que está caracterizado por el apego a lo material y por dejar que la prisa no nos deje vivir. Ese mundo que no oye al planeta, que lo destruye aniquilando así las posibilidades de la vida. El mensaje es claro, no podemos mantenernos sanos en un planeta enfermo, enfermo por los atentados contra la naturaleza, pero también por la insensibilidad ante la violación de la dignidad humana, por las guerras, por la injusticia que no ofrece igualdad de oportunidades, y por fiera de la miseria que destroza a los excluidos del sistema.
Pone de ejemplos heroicos a muchos que con ante el miedo, han decidido ofrecer sus vidas para ayudar a los demás: médicos, enfermeras, cuidadores, aseadores, transportistas, productores… muchos que están haciendo posible contener la pandemia, y que permiten el abastecimiento mínimo de la sociedad. Porque han comprendido que nadie se salva solo en esta pandemia, todos necesitamos de todos. De allí la imagen que dio al inicio de sus palabras, “remar juntos”.
Ha sido un momento de profunda fe. Iniciaba diciéndonos: “La tempestad desenmascara nuestra vulnerabilidad y deja al descubierto esas falsas y superfluas seguridades con las que habíamos construido nuestras agendas, proyectos, rutinas y prioridades”. Y nos pone en humildad, en necesidad generosa de ayuda de todos con todos. Pero especialmente, que abramos nuestro corazón a Jesús.
Que la paz espiritual que papa nos ofrece, nos ponga en movimiento, nos ponga en actitud de amor.
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