Este año debemos comenzar a cerrarlo, dando gracias por tantas personas que durante estos 365 días dieron muestras de profunda solidaridad, de cuidado de los otros, de actos heroicos, de desbordante generosidad. Demos algunos ejemplos, para en ellos reconocer cómo la humanidad genera signos esperanzadores, aún en medio de la dificultad.
En primer lugar, está el personal de salud. Allí en la trinchera en el frente de batalla contra la covid-19 al lado de las personas que más golpeó el virus en su salud. Médicos sabios que, en muchas oportunidades, especialmente en algunos momentos de la pandemia, se vieron totalmente desbordados no solamente por el número de casos, sino también por no tener total claridad sobre los protocolos de atención. Pero también hay que agradecer a todo el personal de enfermería y paramédico que estuvo allí recogiendo y atendiendo a los enfermos. La importancia del personal de salud, de sus condiciones y reconocimiento quedó muy claro. Seguramente, ello nos deberá hacer revalorar muchas prioridades en el sistema de salud nacional.
Desde otro polo estuvieron los científicos, los que con sus investigaciones e innovaciones han estado trabajando día y noche para desarrollar la vacuna y otros instrumentos y procedimientos para enfrentar la covid-19. Toda la inteligencia y capacidad de investigación se puso al servicio de la humanidad. La importancia del desarrollo de conocimiento, de las redes de investigadores, de los presupuestos para ciencia y tecnología en los países volvió a estar en la agenda. Algunos fueron dinamizados por el patrón económico y el ánimo de lucro, seguramente como humanidad hay que buscar otros sistemas más fraternales. La infografía mundial que muestra el orden en que seremos vacunados expresa nuevamente en el mundo la falta de equidad. Como diría el papa, la ausencia de fraternidad universal. Pero debemos dar gracias a todos los científicos que han movilizado las soluciones.
Con la segunda ola, luego de la salud, la pandemia económica golpeó despiadadamente a los más pobres, a los informales, a los desempleados, a las mujeres y jóvenes. Por ello, hay que agradecer a tantas personas y empresas que de manera voluntaria salieron al encuentro del otro que estaba caído, que no tenía con qué comer en la época del confinamiento. Fueron mediación de la solidaridad para muchos colectivos. Entre ellos a las personas desamparadas que izaban la bandera roja en sus casas. Pero también a aquellos que sobrevivían en las calles como los migrantes de Venezuela. Organismos nacionales e internacionales, estatales y de organizaciones no gubernamentales y religiosas estuvieron muy presentes.
Y muchos otros que, desde la cotidianidad de su trabajo en casa, continuaron manteniendo el andamiaje de la justicia y de la educación, dos servicios fundamentales para una sociedad. Igualmente, otros que nunca pararon como trabajadores de las empresas de servicios públicos, los empleados de las empresas de alimentos… Cuántas caras de domiciliarios podemos recordar hoy, que estuvieron disponibles ante las solicitudes de cada uno. A todos ellos elevemos un agradecimiento colectivo.
Una tercera ola es la de salud mental, que con todo el estrés post-traumático generará secuelas en muchas personas, y allí, la presencia, cercanía familiar serán los llamados a una sanación mutua. Dejar que el cariño, el calor humano, la luz de la familia y las amistades, hagan su trabajo, silencioso y generoso; suave y persistente… Para el restablecimiento de la tranquilidad emocional de todos.
Cerrando los ojos en un momento, demos gracias por tantas personas que nos han acompañado en esta pandemia. Al terminar el año, demos gracias a todos ellos.
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