Las encíclicas papales dadas al mundo en 2015 y 2020 por un papa jesuita que predica y aplica inspirado en San Francisco de Asís, son un llamado de atención para quienes tienen oídos para escuchar su mensaje. Francisco nos cuenta que para escribir el más reciente se inspiró en el diálogo que sostuvo con el patriarca ortodoxo Bartolomé para “cuidar la creación” y, con el gran imán, Ahmad Al-Tayyeb, para “recordar que Dios ha creado a todos los seres humanos iguales en los derechos, en los deberes y en la dignidad y los ha llamado a convivir como hermanos entre ellos”. Este es el mensaje esencial que nos trae el papa, a la vez que nos da un ejemplo hermoso de diálogo y aprendizaje entre culturas.
Luego de llamarnos en su encíclica Laudato Si a actuar sobre el universo que habitamos para no destruirlo, Francisco nos invita a reflexionar y actuar sobre el mundo más próximo de las relaciones humanas, el de los principios, valores, actitudes y acciones que guían la forma en que tomamos en cuenta a los otros, amigos y adversarios, familiares y extraños. Este el tema de su reciente encíclica Fratelli Tutti.
Francisco nos recuerda cómo muchos sueños de superación de las generaciones que vivieron las guerras mundiales se han roto. En lugar de estar integrados entre naciones, hoy resurgen nacionalismos cerrados y agresivos. Lejos de ser un mundo abierto a la interculturalidad, hoy predomina la interconexión financiera y la expansión de los poderes económicos sin límites. El globalismo está favoreciendo a los más fuertes, que a su vez se protegen a sí mismos cerrando fronteras y arrojando millones de personas a la periferia para ser la masa de los refugiados, desplazados y esclavizados.
Ante la posibilidad de una memoria histórica y universal que nos hermane y nos haga más compasivos, se ven surgir en el mundo con fuerza liderazgos que niegan la historia y obligan a que la libertad humana se construya a partir de cero. Este punto de partida vacío, bien puede ser una ideología, una falacia o un sofisma que buscan reinar sin oposición en quimeras absolutistas.
¿Y cómo salir de esta? Francisco nos invita a la esperanza y nos participa, una vez más, del mensaje bíblico fundamental, aquel por el que debemos preguntarnos de nuevo, sin perder la confianza de que cale en cada uno de nosotros y así en todos los otros: amarás a tu prójimo como a ti mismo. Saquemos del cajón esta frase y pongámosla en nuestro corazón mirándonos en los demás, y no solo en los más queridos.
A este respecto la encíclica menciona a un colombiano, al filósofo Jaime Hoyos Vásquez, jesuita fallecido en 1993, que tejió tramas de pensamiento filosófico con las urdimbres de la consciencia social. Francisco nos recuerda la idea de Hoyos sobre las relaciones de gratuidad, solidaridad y reciprocidad entre vecinos de barrios pobres que transforman a los sujetos en comunidad. Aplicar esta idea en todos los niveles nos podría llevar a resultados mayores; por ejemplo, las comunidades educativas de nuestras universidades, o a las alianzas empresa – Estado – universidades, en las que la cooperación produce más réditos que la competencia o la indiferencia.
Este es un papa que insiste en practicar, no solo predicar, como lo hace con esta encíclica que vale la pena ir leyendo poco a poco; son más de 70 páginas, pero cada párrafo, en su mayoría, se puede leer en sí mismo con sentido. Ojalá varias columnas y muchas acciones se inspiren en esta súplica.
Y les dejo esta linda oración que está al final de su texto:
“Señor y Padre de la humanidad, que creaste a todos los seres humanos con la misma dignidad, infunde en nuestros corazones un espíritu fraternal. Inspíranos un sueño de reencuentro, de diálogo, de justicia y de paz. Impúlsanos a crear sociedades más sanas y un mundo más digno, sin hambre, sin pobreza, sin violencia, sin guerras. Que nuestro corazón se abra a todos los pueblos y acciones de la tierra, para reconocer el bien y la belleza que sembraste en cada uno, para estrechar lazos de unidad, de proyectos comunes, de esperanzas compartidas. Amén”. Esta oración está al final de la encíclica del papa Fratelli Tutti, Hermanos Todos, que es una bella exhortación a la fraternidad universal, invitación a que nuestra vida tenga sabor a Evangelio.
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