Recibir el informe final de la Comisión de Esclarecimiento de la Verdad debe ser un proceso no solo histórico, no solo de reconocimiento de un profundo dolor sufrido por muchos colombianos y colombianas, no solo como una verdad estática, no solo como verdades incómodas; sino como un proceso profundo de toma de conciencia de todo un país, si se quiere una invitación honda espiritual. Hay que recibir este informe con la mente y el corazón, para aceptar las responsabilidades sociales, políticas y éticas, y que iniciemos una nueva historia para la humanidad en Colombia.
El trabajo de más de tres años de los 11 comisionados y su equipo liderado por el padre Francisco de Roux, en el cual oyeron más de 30 mil víctimas, el 80% de las cuales fueron civiles, es un trabajo serio y cuidadoso, seguramente no es la verdad total, pero sí un gran insumo para acercarnos a ella. Hay que asumir el informe en el contexto de las otras instituciones del sistema de paz: la Justicia Especial para la Paz, JEP, y la unidad de búsqueda de personas desaparecidas. No se trata, pues, de una verdad absoluta, es una relectura que, desde la experiencia de escucha de la Comisión, con sus sensibilidades y marcos profesionales variados, los expertos de buena fe han entregado en este informe final, que debe ser entendido como gran oportunidad para que trabajemos en la reconciliación del país y para asegurarnos que no vuelvan a ocurrir todos los horrores que allí han quedado registrados desde la voz de las víctimas.
Triste que el presidente de la República, Iván Duque, no haya estado allí presente como era su obligación legal, política y moral. Preocupante, pues este tipo de ausencias pueden alimentar la absurda posición de negacionismo que ha hecho tránsito en algunos sectores del país. Como bien lo señaló la Comisión: “Sin verdad no hay futuro”, o como también lo expresaron: “Hay futuro si hay verdad”. El presidente electo, Gustavo Petro, sí estuvo allí y recibió el documento, tendrá la gran responsabilidad de volver eficaces las recomendaciones de la Comisión.  
Las propuestas para la no repetición que deja la Comisión son un material que el país debe analizar y asumir con generosidad y buena actitud. Se trata como una posibilidad de convivencia y reconciliación. Es trabajar ahora por “La paz grande”, como se le llamó en el acto de la entrega del informe.
¿Dónde estaba el país mientras se perpetraban tantos daños a la dignidad humana? ¿Dónde estaba la sociedad colombiana mientras morían tantos? ¿Por qué se llegó a tanta barbaridad? ¿Por qué la institucionalidad no funcionó? En efecto, estas y otras muchas, son preguntas que perforan la conciencia de cualquier persona. No se trata de acusar a un agente más que otros, la verdad es que todos los colombianos que vivimos esos tiempos y nos mantuvimos en silencio, sino una invitación a que nos levantemos hoy y digamos todos: ¡Nunca más!
Bien lo dijo el padre De Roux, la verdad no es de la Comisión, lo que esta ha hecho es una contribución para acercarnos a la verdad. Los diez volúmenes del informe y las recomendaciones son un pedido a la sociedad de no matar más y a asegurar la reparación integral de las víctimas. Parar la guerra ya y desde todos los lados, como lo suplicó el sacerdote. Igualmente, invitó a enfrentar el narcotráfico que tanto daño le hace a la vida nacional. Una seguridad nacional centrada en las personas y la protección de los seres humanos y la naturaleza.
Mal hacen aquellos que rechazan el informe y que denigran de los comisionados, pues están impidiendo que el legado de la Comisión pueda germinar en sus corazones. Esperemos que otros muchos más asumamos de veras este legado para aprovechar esta toma de conciencia colectiva y trabajar por una Colombia en paz.