Desde pequeño, en mi casa, desde un radio Philips que mi madre mantenía encendido todo el día, aprendí a escuchar música, uno de los mayores placeres del ser humano. Por el origen campesino de mi madre, obviamente las canciones que escuchábamos eran populares. Por mucho tiempo me acompañaron las voces de Olimpo Cárdenas y Julio Jaramillo, con sus pasillos y boleros; los tangos de Gardel y de Hugo del Carril y las rancheras de José Alfredo o de Antonio Aguilar, también fueron compañeras permanentes en esa infancia y adolescencia feliz. Luego, ya en la facultad de arquitectura de la Universidad Nacional de Colombia, donde me formé como arquitecto, descubrí, con fervor, el vallenato, tal vez el ritmo de mayor arraigo popular actualmente en Colombia. Y fue precisamente en la época de la universidad cuando aprendí a tocar guitarra, instrumento al que hubiera querido dedicarle mayor tiempo, que estoy seguro llegará el día cuando estemos en un cargo menos agobiante.
Luego, ya como profesional, fui descubriendo la música clásica hasta llegar al deslumbramiento con Beethoven y Bach, mis preferidos. El Claro de Luna y el Concierto para violín N.1 en la, de estos dos grandes compositores, respectivamente, aún me arroban y me llevan a dimensiones de absoluto estremecimiento y paz. “Nunca rompas el silencio si no es para mejorarlo”, dijo alguna vez Beethoven, el inmortal. Que importante consejo en el bullicioso mundo que nos ha tocado vivir.
Desde hace muchos años, 1955, Manizales empezó a mezclar sus canciones con las sonatas y las sinfonías que engalanaban este cielo andino con melodías alegres, profundas, sutiles, cuando se creó la Orquesta Sinfónica de Caldas, integrada, en su mayor parte, por músicos extranjeros, italianos, alemanes, y algunos colombianos, bajo la batuta del maestro italiano Giacchino Bonavolontá. Fue un momento glorioso y cumbre de la música clásica en este territorio privilegiado por el talento. Hoy, la Orquesta Sinfónica de Caldas, creada en la Universidad de Caldas, con egresados de la Facultad de Bellas Artes, no tiene nada que envidiarle a los 75 músicos que otrora conformaron esa primera orquesta sinfónica. La Orquesta de Cámara de Caldas y la Fundación Batuta, creadas en la década de 1990, han coadyuvado a un posicionamiento muy fuerte de la música clásica en esta región de Colombia. Somos, guardadas las proporciones, el departamento de mayor número de músicos dedicados a deleitar a un público que se ha ido formando de manera consciente por quienes viven y vibran con la música clásica y la música vernácula.
Por eso, hace poco, en un evento que llamamos “Caldas suena bien”, realizado en el segundo piso de nuestro Palacio Amarillo, quisimos alimentar de una manera positiva este proceso creativo musical que ha alcanzando un desarrollo que no podemos dejar de impulsar. Hicimos entrega de 520 millones de pesos para el sostenimiento de las tres principales agrupaciones de música que existen en la ciudad de Manizales: la Orquesta Sinfónica de Caldas, la Orquesta de Cámara de Caldas y la Fundación Batuta. Fue un aporte que realizamos haciendo un gran esfuerzo para que estos procesos y estas agrupaciones sigan deleitándonos con sus músicos, con sus talentos, son sus aires clásicos, pero también colombianos y latinoamericanos.
La música es la fuente y el destino de todas las aspiraciones del alma y a ella recurrimos cuando la palabra se cansa o el sentimiento necesita de un aire más profundo. Siempre acudiremos a ella, como a la madre, como a la mujer, como a la vida. Además, coincidimos plenamente con el filósofo alemán Nietzsche cuando dijo que la vida, sin música, sería un error. Pero mayor error sería el nuestro que, conociendo de manera directa el aporte de estas agrupaciones al engrandecimiento del espíritu de los caldenses, no las apoyásemos, conociendo que lo hacen con gran calidad y rigor musical. Además, ellas ensalzan, enaltecen y le dan otro sentido, más profundo, más trascendente, a la existencia humana.
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