Una pandemia es una epidemia global que afecta a un número enorme de personas en un área muy extensa. Esa es Colombia en este momento, pues tenemos una pandemia de corrupción, bellaquerías y doble moral.
La moral es una regla o norma que debe regir el comportamiento o conducta de los seres humanos en una sociedad. Pero...
Bertrand Russel, filósofo y matemático británico, decía que la humanidad mantiene una moral doble. Una moral que predica y no practica y, otra que practica y no predica. Esos somos los colombianos. Son escasos los paisanos que aún conservan una sola moral; son considerados un artículo de lujo. Parece ser que esa moral es un signo engañoso, pues para muchos esa ética que se profesa, va en contraposición a la que se dice profesar o practicar. Los que hemos estado en política, al pensar en esa moral tenemos grandes contradicciones y errores. Debemos hacer un mea culpa. En política se maneja una naturaleza o condición engañosa, una doble moral como síntoma principal de la hipocresía que manejamos en Colombia.
En una sociedad como la nuestra, donde todo se vale (cartel de la toga): mentiras, atajos, encubrimiento, cultura del dinero fácil, debemos hacer una campaña para recuperar la moral pública e incluso la privada también lesionada. No tengo ninguna duda de que la doble moral nos ha cogido ventaja y ya hace parte de la “cultura” de nuestro país. La corrupción muchos la ven como muy normal, creo que no tenemos salvación, aunque parece que algunos miembros de la fiscalía intentan ponerle freno y... otros no.
Es un compromiso ciudadano luchar contra esa doble moral, es imperativo que se inicie un cambio en el interior de cada persona para intentar un cambio. Algunos dicen que esa pandemia es exclusiva de lo público; totalmente falso, pues ese libertinaje se ha extendido por todos los estamentos de nuestro país. La buena moral debe ser el eje central de la vida en sociedad y de todos nuestros actos, pero desgraciadamente no es así. El comportamiento público y privado es incoherente con lo que se expresa por los micrófonos, generalmente levantando la voz. En una de las últimas temporadas taurinas, observé a muchos de esos que se rasgan las vestiduras criticando la doble moral, acompañados por personajes no muy santos en las diferentes barreras tomando ron viejo de Caldas y comiendo jamón serrano.
Hablamos de corrupción cuando surge un nuevo escándalo, casi todos los días, es nuestro diario vivir y el mundo sigue andando. Existen delincuentes profesionales, socios de los clubes, pero hay otros ocultos y peores que atacan a traición, escondidos dentro de la gente de bien. Otros que robaron en su juventud ocupando algún cargo público y hoy van a misa todos los días para agradecerle a Dios por lo que tienen; comulgan con mucha “fe” rogándole al Santísimo no perder lo que adquirieron con trampas y bellaquerías. Son los famosos delincuentes de cuello blanco, que prepararon sus planes criminales amparados en nuestra justicia de estiércol, alterando documentos como cualquier miembro de la cúpula de las Farc, ya amnistiados por nuestro Ejecutivo. Se dan el lujo de dar clases de ética y moral, pero siempre a favor de sus torcidos intereses.
Algunas personas que se conocían como transparentes, ocuparon cargos oficiales y allí empezaron a coquetear con los traquetos de moda; como consecuencia se llenaron de dinero fácil y sucio y hoy tienen casa, carro blindado y casa de campo de más de dos mil millones de pesos. Con argumentos demasiado pueriles justificaron su “relación” con dichos delincuentes. Desgraciadamente cuando hay dinero de por medio, todo se vale. Lo ilegal es legal, no importa la carátula; simplemente llenan sus alforjas de dinero y boñiga. Esa doble moral la practican sin bochorno. Otros aprovechando su poder en Bogotá, desvían el curso de los ríos con dinero del Estado para mejorar sus cultivos. Algunos más, con gran reconocimiento social, fabrican sus propios códigos y pirámides para estafar ahorradores. Unos pocos son detenidos, pero de una manera cordial les otorgan su mansión como cárcel.
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