Llevo más de 11 años trabajando, de los cuales en su mayoría han sido en el sector privado, entre empresas, emprendimientos y tercer sector. El año pasado, gracias a una oportunidad para trabajar al lado del secretario de Desarrollo Económico de Bogotá, empaqué mis “chiros” con destino a la capital, así empecé a trabajar con una de las alcaldías más impopulares que había en ese momento en el país. Por primera vez fui servidor público.
Hay muchos mitos referentes al servidor público: son vagos, están ahí por rosca, buscan cómo hacer lo menos posible, se pegan a la norma para atornillarse, etc. Y efectivamente uno encuentra personas así, pero a su vez, todos los que han trabajado en empresas privadas de tamaño considerable saben que es exactamente igual en el sector privado. Y no nos engañemos, en los dos sectores esas personas son la minoría.
Para los que no somos los anteriores, el trabajo en el sector público es más desgastante, como dijo el saliente ministro de Salud, “un día acá es como un año”. Por ejemplo, en el tiempo que trabajé con el secretario, su agenda empezaba 7:00 a.m., a veces tenía eventos o ruedas de prensa a las 6:00 a.m., siempre se iba de la oficina de noche y usualmente era el último en salir, y ni hablar los fines de semana, pues usaba esos días para recorrer los proyectos alrededor de la ciudad. Y es que a él, aparte de liderar una secretaría con cientos de trabajadores, de velar por lograr proyectos que generen desarrollo económico en la capital que jalona el desarrollo de todo el país, le tocaba lidiar con decenas de derechos de petición semanales y también con las “ías” (procuraduría, personería, contraloría etc.). Que, de manera muy personal opino, muchas veces son usadas por la oposición para torpedear el trabajo.
Y es que la maldición del servidor público recae en que no importa qué tanto se trabaje, se esfuerce y se logre, siempre van a ser señalados, sobre todo en esta época de indignadores profesionales, que se dedican a señalar a los demás con tal de conseguir likes… o votos. Como dijo Moisés Wasserman en una reciente columna: “Sentimos que el servidor público es desechable, que no merece el mínimo respeto (…) toda persona que termina un cargo público en el que debe tomar decisiones sabe que saldrá con decenas de demandas e investigaciones. Pero lo peor es que si llega a archivarse la investigación o salir inocente en el juicio, no será resarcida, simplemente se supondrá que es un caso más de impunidad. El servidor público para muchos es culpable, aunque se demuestre lo contrario”.
A esto hay que agregarle la inestabilidad laboral (a los que no son de planta) y los salarios poco competitivos con el sector privado. Los contratistas quedan en el limbo, sabiendo a veces que les van a renovar, estos procesos internos pueden tomar semanas, los cargos directivos son de libre nombramiento y remoción, con cambio de administración es muy probable que tanto contratistas como directivos sean cambiados, con lo cual si empezaron en el día uno con la administración tendrán en el mejor de los casos 4 años de trabajo asegurado.
En el sector público deberían estar los mejores, pero ¿qué persona racional se quiere someter a estos riesgos y este escrutinio público, cuando en el sector privado ganaría mejor con mayor estabilidad?
Acá es donde la economía básica no aplica, ¡Porque los hay! La mayoría de las personas que tuve la oportunidad de conocer, son gente muy buena en lo que hacen, profesionales, trabajadora y que, a pesar de esta maldición, nos motiva y nos une lo que debería unir a todos los servidores públicos: la convicción de trabajar por los demás y por el país.
* PD. Agradezco a todos los que me leyeron y sobre todo los que me retroalimentaron en el 2019. A LA PATRIA y a sus lectores les deseo un excelente año nuevo.
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