A lo mejor sobre lo que quiero reflexionar en esta columna no sea un fenómeno exclusivo de Colombia. La pandemia, que aún sigue su curso con nuevas variantes y el anuncio de nuevos picos, acumula a la fecha en el mundo más de 4 millones de muertes y, en el caso colombiano, 125 mil.
Digamos que escuchar noticias sobre la muerte no es algo que necesariamente se relaciona con una pandemia. La muerte, vista como misterio, es tan enigmática como la vida misma. Nos acompaña siempre la idea de que algún día partiremos de este mundo. Como escribió el poeta español Antonio Machado: “Apenas desamarrada, / la pobre barca, viajero, del árbol de la ribera, / se canta: no somos nada. / Donde acaba el pobre río la inmensa mar nos espera”.
He tenido la idea de que en Colombia, producto de tantos años de conflicto, nos acostumbramos a las noticias sobre asesinatos, masacres y muertes. Muchas generaciones de colombianos crecieron presenciando imágenes impactantes que, con el tiempo, se han vuelto paisaje. Ese precedente, sumado al de la pandemia y al de la información que circula a diario sobre sus efectos en la población, siguen ambientando el “paisaje”. La imagen más difícil son las largas filas de personas a las afueras de las funerarias, esperando darles el último adiós a sus seres queridos, seguramente como la tradición y la cultura lo establecen, pero sin poder lograrlo. La resignación en estos casos es la mejor aliada.
Al revisar datos de Medicina Legal, en relación con las muertes en el año 2020, puntualmente las muertes por causas violentas, el 50% (11.014) en Colombia fue producto de homicidios, mientras que el 25% (5.487) la consecuencia fueron accidentes de tránsito. Sin lugar a dudas, seguimos reconociéndonos como una sociedad violenta que quizás con el tiempo ha perdido valor por la vida misma.
Con relación a las cifras de covid-19 en el mismo periodo de tiempo, de acuerdo con los reportes del MinSalud, fallecieron en el país 51.397 personas.
En este caso, en lo que va corrido del 2021, la cifra de muertos por esta causa se ha triplicado, y aún seguimos en estado de emergencia.
Me considero una persona afortunada. En mi familia ningún miembro ha sido víctima directa del conflicto y, hasta el momento, nadie ha fallecido por causas de covid-19. Sin embargo, reflexionar sobre la muerte y su eventual visita me parece importante y necesario, al ser consciente de que algún día tocará a la puerta.
A pesar de mi fortuna, no quisiera terminar estas líneas sin hacer un homenaje a tantas vidas que, en silencio, han partido de este mundo por una u otra causa. Toda vida es importante y cada uno de nosotros ha dejado y dejará un legado, así sea entre pocos, pero quedará.
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