Confiamos en los registros de los sentidos. Con certeza absoluta podemos afirmar como cierto aquello que eventualmente percibimos. El rojo cobrizo de un atardecer que nos estremece, la dulce melodía de la música que enamora, la suavidad de aterciopelada de la piel femenina, el sabor mágico de la comida de esta tierra. Todo ello adquiere un valor de certeza irrefutable cuando lo evocamos. No sucede lo mismo con lo imperceptible, aquello que no se puede palpar, oler o ver. Esto los aprehendemos a través de la fe como un puro regalo del Eterno.
Para quienes creemos en la manifestación de la voluntad divina, sabemos que la fe es descansar en Dios, impalpable, invisible, pero perceptible. El libro de Hebreos, 11:1, expresa: “Es, pues, la fe la certeza de lo que se espera, la convicción de lo que no se ve”. La Biblia refiere que la fe proviene de la voluntad del creador, como un don que da a cada uno según su misericordia. Pero quiero decir: es la confianza profusa en un mejor mañana, es saber que no estaremos solos cuando la duda nos invade, es mantener la ilusión cuando lo incierto se hace cotidiano y el desasosiego se apodera de la mente. Aún con esta seguridad, en ocasiones es difícil mantener el rumbo en medio del temor, cuando nos sentimos naufragar en mares de zozobra o cuando el futuro ha difuminado los sueños en un lienzo que se hace irreconocible. De alguna manera, quienes hemos experimentado este tormento nos enfrentamos a molinos de viento que sepultan los optimismos. Una ruptura amorosa, la quiebra repentina de un negocio, cambio sustancial en los proyectos, una enfermedad catastrófica o la tragedia inesperada por la pérdida de un ser querido se convierten en violentos ataques que abaten nuestras fortalezas.
Pero la superación es una prerrogativa humana y un designio como especie. No existimos para vivir de la desidia o el desconsuelo. Lo hacemos como mortales que deben enfrentarse con la fuerza de la fe Divina para encontrar mejores días. Nacimos con un propósito superior, que invita a la batalla, a levantarse cada mañana con un ideal en el que persistimos hasta que la luna se pone sobre nuestra cabeza. Para lograrlo buscamos en alforjas espirituales los reservorios de la fe y confianza que guardamos, nos atrincheramos en arquetipos de quienes, pese a las adversidades, las han vencido y han triunfado guardando para si un fardo de inigualable valor.
Aunque la historia nos abruma con ejemplos de superación por medio de la fe, son las anécdotas anónimas los que verdaderamente mueven el espíritu hacia el convencimiento de un mejor futuro: Nick Vujicic, quien sin piernas y brazos, ha consolidado una exitosa carrera como orador motivacional que le ha ganado el epíteto del hombre que siempre se levanta, Maickel Melamed, venezolano que pese a sufrir una grave parálisis en sus extremidades, ha conseguido terminar varias competencias deportivas o Kelvin Doe, un joven de Sierra Leona que pese a nacer en uno de los países mas pobres de áfrica, ha construido baterías, generadores y hasta estaciones de radio usando la chatarra de la basura del lugar donde vive.
Vivimos tiempos difíciles. Cuando la angustia se vislumbra en cada amanecer, podemos optar por transmutar la perspectiva, encontrar que pese a las adversidades existen otras formas de encarar el destino y permitir que los cambios lleguen a nuestra vida. Un popular póster en los Estados Unidos afirma que “hoy es el primer día del resto de tu vida”. Es igualmente cierto para quienes el tiempo les depara muchos o pocos calendarios. Pero es nuestra decisión aceptar que el esfuerzo, la superación y la fe hagan de ellos una grata experiencia.
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