¿Cómo valorar la vida humana? No es fácil. Somos el producto de millones de años de evolución que nos convierten en una especie singular. A pesar de que nuestro código genético es 99,9% idéntico al de las otras personas, el restante 0,1% permite que cada uno de nosotros sea único en un planeta de 10 mil millones de posibilidades. De allí surgen aspectos hereditarios como el color de cabello, ojos o estatura, o saltos tan excepcionales como aquellos individuos que cuentan con una memoria virtuosa o capacidades extraordinarias en determinadas áreas de las ciencias.
Pero el mundo actual no puede desprenderse de la noción aristotélica de igualdad y aplica un rasero diferente cuando las circunstancias lo exigen. Después de la Segunda Guerra Mundial, los aliados emprendieron una cacería sin cuartel contra todos los mandos militares de la Alemania nazi, dando alcance a figuras tan emblemáticas del Nacional Socialismo como Hermann Göering (comandante de la Luftwaffe), Karl Dönitz, sucesor de Hitler tras su suicidio o Rudolf Hess, secretario particular de Hitler; quienes fueron sentenciados en los juicios de Núremberg. Ni si quiera Adolf Eichmann, responsable de la implementación de la solución final logró salvarse de la horca al esconderse en Argentina, toda vez que posteriormente fue extraído por los servicios del Mossad y llevado de manera clandestina a Jerusalén, donde fue ejecutado.
Pero no todos corrieron la misma suerte. Un desconocido ingeniero alemán de nombre Wernher von Braun se convirtió en un exquisito botín que lo hizo más codiciado para las fuerzas aliadas que los máximos cuadros directivos del ejército contrario. Poseedor de una excepcional habilidad con la física, Von Braun se unió al ejército al concluir sus estudios de ingeniería mecánica en el Instituto Politécnico de Berlín, donde desarrolló los famosos cohetes balísticos Vergeltungswaffe 2 (arma de represalia No 2 o simplemente V-2) que serían usados por los nazis en el bombardeo a Inglaterra y Bélgica. Sus armas fueron responsables de la muerte de más de 12 mil personas en las ciudades de Londres y Amberes, fuertemente atacadas por Alemania durante la guerra. Ad portas de la finalización del enfrentamiento bélico, Von Braun cambió de bando y se entregó a las tropas norteamericanas exclamando “Mi país ha perdido dos guerras mundiales, y esta vez quiero estar del lado de los ganadores”. Rápidamente fue trasladado a suelo estadounidense donde fue nacionalizado como ciudadano americano y nombrado director del programa de cohetes de la NASA, que más tarde llevaría el hombre a la Luna y desarrollaría los cohetes atómicos Júpiter que fueron cruciales para equiparar la capacidad armamentista con la URSS durante la Guerra Fría. Von Braun nunca pagó ni un día de cárcel por los crímenes cometidos ni tuvo la voluntad de arrepentirse.
Hoy el mundo parece ser otro, pero sigue siendo el mismo. La mayoría de los gobiernos se muestran verticales contra todas las formas de delincuencia. Y eso está bien. Sin embargo, cuando sus intereses se encuentran en juego no importa olvidar crímenes, condonar penas o sustituir castigos. Poco importaron las 12 mil tumbas que clamaron justicia por los crímenes de Von Braun. Primero estaba la carrera espacial contra la Unión Soviética que la justicia histórica que se ejerció en tribunales de posguerra.
Entre tanto, nuestro país se mece en la misma disyuntiva. Algunos claman justicia, anhelada por los sepulcros silenciosos de las víctimas que han caído en medio de una pandemia de violencia que nos azota desde hace 80 años. Pero a diferencia de lo sucedido con Von Braun, aún no vemos los resultados de las concesiones dadas a los violentos durante las últimas décadas. No poseemos cohetes capaces de alcanzar la Luna, no hemos desarrollado nuestra potencialidad en ciencia tecnología y mucho menos hemos construido un futuro estable para las próximas generaciones. Antes de más concesiones, en el futuro debemos preguntarnos ¿Por qué ceder?
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