A muchos les gusta pensar que la pandemia del nuevo coronavirus será el fin de la civilización moderna. Que las sociedades colapsarán, los gobiernos caerán y la anarquía se tomará las ciudades. Suponen que en este panorama lúgubre regresaríamos la vida medieval y daríamos inicio al Juicio Final. En este círculo dantesco se ubican las decenas de cadenas y mensajes que sin sustento, llegan a nuestros teléfonos augurando nuestra extinción. Unos dicen que esto es culpa de la NASA, otros señalan a Bill Gates, aquellos a los extraterrestres, éstos a los diabólicos planes de una élite oscura que pretende controlar el mundo. ¡Basura! No se requiere mucho esfuerzo intelectual para darse cuenta de la enorme cantidad de insensateces en la montaña de estiércol que pregonan.
Algunos, con un mayor sentido común, proponen tesis – esta vez sí – con una interesante argumentación dialéctica. Esperan un colapso inevitable, en el cual las empresas cerrarán, los Estados reducirán su tamaño y los proletarios, víctimas de las circunstancias, recorrerán las calles sin rumbo y sin empleo después de una oleada frenética de pánico que no detendrá la estruendosa caída del capitalismo. Estos sueñan con la llegada del comunismo en el cual las condiciones de precariedad y misera se distribuyan por igual. Varios dirigentes nacionales se alinean con esta postura. Por fortuna los niveles actuales de intervención pública para disminuir el impacto de la pandemia hacen de este escenario una quimera.
Otros, como el escritor británico Paul Mason, un poco más moderados, sostienen que es inevitable la llegada de un nuevo sistema productivo. En su libro “Postcapitalismo: hacia un nuevo futuro” expone que durante las próximas dos décadas veremos el nacimiento de una nueva forma de capitalismo. Mason realiza un interesante análisis de la peste negra que alcanzó su punto máximo en Eurasia entre 1347 y 1353, que condujo al deceso de un tercio de la población mundial. Este episodio marcó el fin del feudalismo en razón a la elevada indisponibilidad de mano de obra de la época. En su sentir esta vez sucederá lo mismo. El contagio de la economía se pretende resolver con más dinero circulante que, con un menor gasto social y salarios reducidos, se irá a los más ricos, acrecentando profundas desigualdades. Éstas afectarán la noción de seguridad de la sociedad que indefectiblemente abogará por un nuevo modelo.
Por último, existen quienes creen que las cosas, en esencia, no cambiarán. Las actuales dificultades de salud pública solo afectarán la apariencia del sistema capitalista que terminará por adaptarse a una situación temporal que no se extenderá mas allá de un par de años. Con un marcado declive en los indicadores globales para la presente anualidad, nada será diferente a lo acontecido en periodos anteriores de crisis como la “Gran Depresión” de 1928 o la profunda recesión de 2008 producida en el sector inmobiliario de los Estados Unidos que impactó todo el planeta. Ésta parece ser la premisa para el futuro inmediato. La fórmula de los bancos centrales para estimular la economía es “liquidez sin límites” como lo prometió Angela Merkel. Este antídoto parece estar dando resultados, al menos para algunos. En momentos que los precios de las acciones deberían estar por el piso en razón al crudo confinamiento que ahora comienza a levantarse, su comportamiento es el opuesto y rompen niveles históricos. Por lo pronto, este remedio evita el colapso del sistema y mantiene sin mayores daños el aparato productivo.
Algún día la civilización cambiará y evolucionará a otras instancias, pero, para pesar de muchos, debo decir que en general las autoridades han actuado rápida y eficazmente, que nuestro deseo de contacto permanecerá a pesar de la enfermedad y en unos pocos años todo volverá a ser igual. Gracias a Dios, este no parece ser el fin.
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