No existe manual para ser padre. Desde una perspectiva holística, ellos son la semilla con la cual sembramos la posteridad. Hacemos de su existencia el significado de nuestra vida y de sus días la proyección de los nuestros. Agradecemos al creador por su llegada y lloramos amargamente cuando debemos enfrentar su partida. Sus palabras son melodías que alegran en horas oscuras y un motivo para levantarse cada mañana ante las caídas que depara el porvenir. Con razón expresamos que lo son todo.
Pero estos retoños del amor no siempre han sido los mismos. Sus primeras sonrisas nos conmueven, derriten nuestros corazones y extraen un suspiro del hombre mas duro. Celebramos con júbilo sus pasos, las palabras que balbucean sin reconocer muy bien su significado y sus sueños angelicales que les permiten sonreír en sus siestas matutinas. En medio de este cúmulo de amor los recibimos en nuestras vidas mientras fantaseamos con planes que les permitan vivir un porvenir maravilloso.
Con el paso de los años adquieren una independencia que comienza a relegar a sus padres. Estos dejan de ser sus héroes para convertirse en sus verdugos. Aunque nunca dejamos de ser sus guardianes constantes para evitar que tropiecen, la distancia que se impone al crecer y adquirir su propia autonomía los deja expuestos a las realidades del mundo. Siempre soñamos que puedan evitar nuestros propios yerros, pero en ocasiones, la historia se esfuerza por repetirse.
Viene después la adolescencia. Con los complejos procesos de definición de la personalidad de cada uno llegan los problemas, los conflictos, las dudas, las incertidumbres y la desazón ante la expectativa de la adultez. Pareciera que en esta época de nada sirven los consejos, las palabras de aliento, las ayudas o las reprensiones. Su derrotero confirma que nadie aprende por experiencias ajenas y ellos se empeñan en vivir las suyas propias. Cuando se es joven, se pierde la dimensión de una parte de la realidad y se cree que la única visión correcta es la propia. Quienes ya superamos esta etapa recordamos con sorpresa la maldad que recorría nuestras venas, la inmadurez de nuestras conductas, el alma gélida que caracterizaba nuestro actuar, el corazón temerario por las consecuencias, las lágrimas de nuestros padres y el corazón roto de nuestras madres.
Sólo se aprende a ser hijo cuando se convierte en padre. Ya en la adultez hacemos uso del espejo retrovisor. Evocamos mejores días, cuando aún podíamos gozar del consejo de un padre, de su abrazo, de su sonrisa y la melodía de su voz. Proyectamos el futuro con la esperanza de que nuestros hijos no transiten por varios de nuestras propias equivocaciones y pedimos la bendición del cielo para que El Creador no permita que se alejen de su camino.
Ser padre es un reto para el cual nunca fuimos preparados. Soñamos, nos ilusionamos, reímos, gozamos, lloramos, nos desesperamos, caemos y nos levantamos de nuevo. Es un círculo que no conoce fin y que permanece mientras el aliento vital sople nuestra alma.
Tal vez nuestros hijos hoy nos perciban de muchas maneras. Para algunos seremos héroes, para otros villanos, otros pensarán en nuestras virtudes mientras algunos recriminarán con dureza nuestras equivocaciones. Sin embargo y aunque ellos no lo sepan nunca, ellas siempre serán nuestras princesas, ellos nuestros pequeños reyes, nuestra faceta mas sensible porque son carne de nuestra carne y alma de nuestra alma y aún después de la muerte serán eternamente nuestros hijos y nosotros sus padres.
El uso de este sitio web implica la aceptación de los Términos y Condiciones y Políticas de privacidad de LA PATRIA S.A.
Todos los Derechos Reservados D.R.A. Prohibida su reproducción total o parcial, así como su traducción a cualquier idioma sin la autorización escrita de su titular. Reproduction in whole or in part, or translation without written permission is prohibited. All rights reserved 2015