Cuando el desprecio tiene orígenes políticos, la animadversión se camufla con nobles ideas. Aparecen en escena los opositores enfermos de inquinas que, a fuerza de repetir mentiras, las hacen parecer como verdades. Concluyen su epopeya de negatividades con la guillotina en la cabeza de sus contradictores para gritar, a voz en cuello, que la victoria les ha dado la razón. Para legitimarse en el poder, el homicidio debe parecer producto de un acto legal. No sirve una simple bala. Es necesario crear tribunales, nombrar jueces, citar normas, inventar testigos, aparentar la garantía de principios y derechos procesales, todo en función de un fallo que ya se ha preconcebido antes de esta parodia. Los siguientes cuatro casos ejemplifican las experiencias de quienes se enfrentan a jueces parcializados que sentencian a las personas por quienes son y no por los hechos que les son imputados.
El sumario contra Cristo representa, por su naturaleza divina, el anti-juicio por excelencia. Al margen de su condición santa, su causa estuvo plagada de vicios que hoy aterrarían al régimen más absolutista. Fue condenado a muerte por Pilatos, quien, como gobernador romano, asumió este macabro encargo por solicitud de los jerarcas judíos, toda vez que estos, por estar en celebración religiosa, no podían dictar este veredicto. El camino para esta sentencia estuvo, literal y figuradamente, lleno de espinas. A Jesús se le aprehendió sin orden, se le interrogó sin garantizar su defensa, se le sometió inicialmente con azotes en su cuerpo, se reabrió su proceso de forma inmediata y finalmente se le sentenció, por segunda vez, por un funcionario sin competencia y por un delito inexistente, subyugándolo con la crucifixión.
El monje Giordano Bruno proclamó con vehemencia en 1590 teorías cosmológicas, donde el sol era simplemente una estrella en un universo infinito, rebatiendo con ello el modelo de Copérnico, según el cual este permanecía estático en su centro. Semejante osadía, que hoy ha sido comprobada como real, fue calificada como herejía por la inquisición. Los cargos que en su contra se formularon fueron, en síntesis, tener opiniones contrarias a la fe católica. Le fue conculcado el derecho a la defensa porque se aducía que sus argumentos estaban basados en brujería, y por tal circunstancia no debían ser escuchados. Fue castigado a ocho años de prisión y posterior ejecución por incineración hasta morir, que fue llevada a cabo en 1600. En la actualidad se ha comprobado la veracidad de la teoría de Bruno.
Nicolae Ceaușescu fue un exitoso estadista rumano. En un golpe de suerte, pronunció un importante discurso que lo posicionó como uno de los líderes del partido comunista de su país. De allí saltó vertiginosamente a la Presidencia de la República, donde permaneció por veinticinco años. Dos décadas de ejercicio ininterrumpido del poder y el empleo despótico de éste, le hicieron acreedor de múltiples enemigos, quienes aprovecharon las manifestaciones en la ciudad de Timisoara, para asestar un golpe de estado que lo destituyó fulminantemente. Su derrocamiento fue seguido por un brevísimo juzgamiento que duró unas pocas horas, presidido por militares desertores y un opaco abogado que solo pronunció su nombre. Unos minutos después del inicio, el juicio concluyó con una lapidaria sentencia de pena capital que fue ejecutada de forma inmediata. En el patio trasero de la improvisada sala que fue usada como tribunal, una lluvia de proyectiles de fusil lo silenciaron junto a su esposa.
Sadam Hussein dirigió con más fuerza que talento los destinos de Irak por veinticuatro años. Eran constantes sus apariciones disparando al aire y amenazando al gobierno norteamericano con lluvia de fuego. Su violenta verborrea selló su destino y con los atentados del 11 de septiembre en las Torres Gemelas se graduó como el enemigo número uno de la primera potencia mundial. Su caída solo era cuestión de tiempo y al cabo de unos meses estaba sentado frente a un tribunal “independiente” que hizo de su proceso un espectáculo público. Nunca se probaron las imputaciones de uso de armas químicas contra la población civil que lo pusieron en el banquillo de los acusados, pero, aun así, fue penado con la horca y conducido al cadalso por hombres encapuchados que le vociferaban improperios.
Los juicios se instituyeron como garantía para quienes son juzgados ante un juez imparcial. Sin embargo, cuando existen intereses en juego, la historia ha demostrado que se juzga la calidad personal del imputado y no sus hechos.
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