La energía es uno de los principales “commodities” en el actual contexto internacional. Se trate de carbón o petróleo, las empresas minero-energéticas son los pilares del sistema bursátil mundial con injerencia en todos los sectores de la economía moderna. Ninguno se encuentra ajeno a su influjo: transporte, computación, medicina, entretenimiento o alimentación, son áreas que dependen directamente del precio de los consumibles energéticos para determinar su valor.
Las crisis mundiales corroboran la estrecha interdependencia entre el comportamiento de la economía y el precio de los combustibles. Durante la crisis hipotecaria que afectó los mercados internacionales en el año 2018 el crudo descendió desde USD 147 que registró el 11 de Julio de 2008 hasta USD 33 que se tranzó el 15 de enero de 2009, lo cual representó un descenso del 78% en solo 6 meses. Un evento similar se registró en el año 2020 con la pandemia mundial de covid 19 cuando el petróleo perdió el 100% de su valor al pasar de USD 75 hasta computar valores negativos como consecuencia de la parálisis global ordenada por las cuarentenas estrictas en todo el mundo. Pero contrario a lo imaginado un año atrás, el repunte ha sido fantástico. Durante los últimos meses el oro negro recuperó el terreno perdido y se encuentra en niveles de hace tres años generando retornos gigantescos para las naciones petroleras que pudieron capotear la embestida cruel del SARS COV-2.
El repunte de los precios de los commodities, entre ellos el petróleo, le genera billones de pesos en regalías adicionales a las arcas del Gobierno e impulsa el sector minero energético para recuperar su posición como el gran contribuyente nacional para llevar a cabo las obras de bienestar que requerimos todos los colombianos. Pero nos quedan dos luces opacas en el horizonte:
En primer lugar, la dependencia de los combustibles fósiles se encuentra en declive. De acuerdo con la Agencia Internacional de Energía, durante el año 1990 los combustibles fósiles aportaban el 72,72% del total de la energía mundial. Sin embargo, para el año 2014 este valor había ascendido al 80,91% lo cual encendió las alarmas de los países desarrollados para comprometerse a reducir su consumo de manera drástica para evitar lo que ellos han denominado como un “calentamiento catastrófico” a nivel global. Ello derivó en el “Acuerdo de París” adoptado por 196 países en 2015 y que conminó a los Estados Parte a reducir de manera significativa el uso de combustibles fósiles y la emisión de gases causantes del efecto invernadero. Gracias a ello naciones como Holanda, Noruega, India, Alemania, Francia y Reino Unido se comprometieron a tener vehículos 100% eléctricos entre 2025 y 2040. Este es un camino que ya se inició y que difícilmente tendrá marcha atrás, con lo cual veremos un descenso paulatino durante los próximos años en el consumo y, desde luego, precio de bienes básicos como carbón y petróleo.
El segundo aspecto deriva del primero. Ante un declive en el uso de combustibles fósiles las naciones desarrolladas demandarán menos energía de termoeléctricas y propenderán por un consumo proveniente de fuentes renovables como energía eólica, solar, mareomotriz o geotérmica en los cuales nuestro país posee un potencial excepcional. Tanto por su ubicación geográfica, la cantidad de radiación solar que recibe, los vientos que atraviesan regiones como la guajira o los océanos que golpean nuestras costas, poseemos las condiciones necesarias para hacer de este proceso una nueva bonanza para Colombia. Es en este punto donde nuestro país deberá cambiar su dependencia fiscal del crudo e iniciar la transición a fuentes de energía verde que puedan ser comercializadas en países vecinos y diversificar la matriz de ingresos tributarios de nuestra nación.
Este cambio demandará gobernantes con visión de futuro que anticipen los potenciales de nuestra patria e inicien cuanto antes el cambio paulatino para permitir que estos momentos de auge petrolero financien su transición hacia otras fuentes generadoras de energía. El futuro se los agradecerá.
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