No conocía a Luca y Gigliola. Él es un hombre afable, respetuoso, cabal y dulce con su esposa y sus hijos Gabrielle y Letizia. Ella es una madre tierna, poseedora de un don especial para unir su familia y siempre responde con una sonrisa en el rostro. Aún sin hablar italiano, la química fue inmediata.
Luca es un hombre maduro, alto, fuerte, que corre quince kilómetros todas las mañanas, poseedor de una sonrisa eterna, afable, que habla con fluidez varios idiomas y se expresa con facilidad en español. Hace gala de una hospitalidad innata que sorprende aún al más escéptico. Apasionado por la historia, dedica jornadas completas a hurgar en los anaqueles de bibliotecas para desentrañar aspectos recónditos de su país. Como genealogista ha logado trazar su linaje hasta el año 1610. Es una fuente de información inagotable. Sus relatos sorprenden con fechas exactas y anécdotas notables de toda Italia.
Recorrer las calles de Venecia, Bolonia o Roma en su compañía es un viaje en el tiempo que incentiva la imaginación y acalla a cualquiera que pretenda alardear con información parcial, pues, con un suave gesto, corrige y reencausa cualquier discusión. Pero su basta cultura se extiende por otras diversas áreas: arte, arquitectura, pintura, música o filosofía le son familiares. Es un hombre universal.
Gigliola su esposa es una mujer suave y paciente. En su entorno se une la familia que la acoge con un amor infinito. Aún no se cómo logra que hispanohablantes le comprendan cuando ella habla italiano. Su hogar es un templo al detalle. Nada en su vivienda es casual. Desde pequeñas imágenes ubicadas en las esquinas, hasta el exquisito gusto por la culinaria europea. Cuida de sus hijos Gabrielle y Letizia con esmerada obsesión de madre. En su hogar todo marcha como un reloj puntual pues ella, como matrona de su familia, así lo determina.
No esperaba encontrarlos ni mucho menos hallar nuevos amigos en tierras lejanas. Fue necesario solo un momento para descubrir afinidades profundas. El primer día en su casa nos recibieron con las manos abiertas. Ambos hacían un esfuerzo para comprender las palabras que pronunciábamos sin cesar y sin prevenciones ni reparos, nos ofrecieron su vivienda para estar allí en familia una temporada de nuestras vacaciones. Junto a sus hijos compartimos momentos excepcionales, visitamos ciudades hermosas, caminamos calles emblemáticas, reímos, gozamos y lloramos cuando no podíamos parar de reír.
Luca y su familia han sembrado una lección permanente que merece ser recordada en los momentos aciagos que vivimos. La solidaridad es mucho más que palabras, regalos o atenciones. Es cariño con el extraño, es abrazar al desconocido, es compartir la mesa con el extranjero, es enseñar a quien algo desconoce, es sonreír siempre, atender con afecto y no parar de hacer el bien. Ser solidario es calzar el zapato ajeno, entregar con amplitud nuestro tiempo y entender que a pesar de las diferencias, las nacionalidades solo son para los países pues como hermanos somos semejantes y nuestras aspiraciones, por distintas o lejanas que parezcan, siempre encontrarán un punto de convergencia en el cual se puede empezar a construir juntos.
Si Luca y su familia pudieron abrir sus puertas a una familia extranjera y entregar su amistad a cambio de nada, todos podemos hacer algo nuevo, algo diferente y significativo para ser mejores personas y hacer de nuestro futuro una experiencia renovada que haga de los valores verdaderas vivencias y no solo palabras carentes de sentido.
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