No existe un manual para el gobierno perfecto. Los consejos que son aplicables en una circunstancia pueden resultar abiertamente desatinados en otra y los resultados disímiles pueden sorprender a los más ortodoxos. Hoy se crean compendios, se publican manuales, se imparten instrucciones, se fabrican complejas matrices, se idean sistemas informáticos y se levantan fundaciones dedicadas al análisis de las condiciones ideales de la administración pública. Sin embargo, la historia ha dejado plasmadas otras elucubraciones para la posteridad que se resisten a su desaparición, pese a los centenares de calendarios que ya acumulan.
Para ser un buen gobernante se requiere experiencia, desde luego, pero también astucia, sagacidad, talento, buen juicio, ingenio, profundidad, empatía hacia el ciudadano, dinamismo y otras tantas virtudes. Aunque no existe una fórmula perfecta para dosificar la medida del regente ideal, desde la antigüedad su conceptualización ha sido objeto de múltiples obras que han inspirado la manera como éstos deben conducirse. El “Protréptico” de Aristóteles concebía la inteligencia de los hombres como el bien supremo en las sociedades y sólo los poseedores del mayor nivel de este preciado atributo merecían regir los destinos de sus colectividades. El Libro VI de La República de Platón defendió la experiencia como el elíxir sagrado en cualquier forma de gobierno, la cual crearía una “aristocracia” que orientaría las colectividades por décadas; sin embargo “…a medida que los ricos se hacen cada vez más ricos, cuanto más piensan en hacer una fortuna, menos piensan en la virtud”, por lo cual este sistema estaría condenado a degradarse en una “oligarquía” que posteriormente colapsaría, según el autor, en una “democracia”. El genio de Maquiavelo penetró en la naturaleza humana y alejándose de toda mojigatería e idealismos inocuos, reclamó para el gobernante ideal una mezcla de destreza, fuerza, tesón, ingenio, coraje, carencia de escrúpulos y habilidad en el engaño pues, aunque carezca de algunos o todas estas cualidades, deberá aparentarlas sin dubitaciones.
Sin embargo, el trabajo del autor de “El Príncipe” parece haber extraído varias de sus enseñanzas de antiguos relatos que circularon en la tradición oral de la India y en el “Pachatantra” aproximadamente 300 años antes de Cristo y penetró en occidente a través del influjo árabe bajo el título de “Calila y Dimna” durante el reinado de Alfonso X El Sabio. Aunque las fábulas de este compendio siempre versaron sobre la exaltación del bien, la nobleza y la honradez como el valor supremo de toda sociedad, no ignoró las condiciones materiales que deben confrontar las autoridades para ascender en la búsqueda del poder y en la destrucción del enemigo. Bajo estos principios asevera, que “… solo la opinión del hombre impar, prudente y decidido es más eficaz en la destrucción del enemigo que una hueste numerosa, aun la constituida por soldados valientes, fuertes, dispuestos y fogueados”.
Existe una amplia similitud en las enseñanzas hacia el buen gobernante entre el “Calila y Dimna” y “El Príncipe”: Emplear la astucia, la sordidez, la elegancia, el arte del engaño, la crueldad, destruir al enemigo, salvar la reputación, acercarse al monarca, socavar su autoridad y finalmente, si le es posible, usurpar su posición, son ejes centrales sobre los cuales discurren ambas obras. Empero la conclusión de ambos es radicalmente opuesta. Mientras el primero exalta la virtud, la nobleza, la sinceridad, el buen juicio y la consideración como las características primordiales del hombre de éxito, el segundo se sumerge en la podredumbre de las bajezas humanas, la traición, la codicia, el homicidio, la mentira y la crueldad como los parámetros que deben ser comunes para convertirse en un prototipo como gobernante.
La similitud y las diferencias existentes entre “El Príncipe” y el “Calila y Dimna” nos sumergen en la esencia del gobernante, la fuente del poder y la forma de ejercerlo. Uno y otro utilizan los mismos valores morales como punto de partida, pero llegan a conclusiones opuestas que nos dejan como reflexión que no solo importa el fin, pues son los medios los que nos definen como personas.
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