labra. No es para menos. A través de ella hemos descubierto las raíces de nuestra fe en la Biblia, los principios filosóficos del mundo occidental en los Diálogos de Platón o la Metafísica de Aristóteles, las peripecias de un guerrero plasmadas en La Odisea o La Ilíada de Homero, los cánticos gloriosos en las Odas olímpicas de Píndaro, los elementos de un buen debate en las Catilinarias de Cicerón, las profundas disquisiciones de Marco Aurelio en su compendio de Meditaciones, las geniales locuras de un hombre cuya cordura se escondía bajo un manto de demencia en Don Quijote de la Mancha o los peligros de las pasiones en imperecederos textos de William Shakespeare como Hamlet, Otelo o Macbeth. Con razón el evangelio de Juan sentencia que “En el principio era el Verbo, y el Verbo era con Dios, y el Verbo era Dios”.
Pero a diferencia de las espléndidas obras que deleitan nuestras noches, el mensaje que se transmite a través del habla es más espontáneo, impulsivo y en ocasiones producto de una escasa reflexión que nos lleva a cometer desvaríos que hacen desear nunca haber abierto nuestras fauces.
Pedro Sánchez, como presidente del Gobierno de España, ha tenido la difícil tarea de dirigir su patria en medio de una actualidad convulsa para todo el orbe. Su gestión, en general, ha sido bien recibida y ha demostrado liderazgo cuando las circunstancias así lo exigen. Sin embargo, la opinión no ha olvidado que durante el año 2015, siendo aún diputado, vociferó en medio de un debate contra Mariano Rajoy “… ustedes ayer, todos los miembros y miembras ...”. Ante las carcajadas que resonaron en el recinto, de manera hábil justificó su incoherencia como una broma y concluyó en medio de aplausos su intervención.
José Luis Rodriguez Zapatero precedió a Pedro Sánchez en el Gobierno de España. En una de sus entrevistas expresó “…este es un acuerdo para estimular, para favorecer, para follar…”. Aunque según el diccionario de la Real Academia Española, el vocablo follar se define como “Soltar una ventosidad sin ruido”, es bien sabido que en el país ibérico el mismo denota comúnmente el acto de hacer el amor. El desliz de Zapatero dejó entrever dónde estaban sus libidinosos pensamientos en ese instante.
En el año 2010 el presidente chileno Sebastián Piñera realizó una visita oficial a Alemania. Al ser interrogado por el contenido de su mensaje en un libro de visitas exclamó “Alemania por encima de todo”. Olvidó el presidente que tal frase era el inicio del himno de la Alemania Nazi, cuando Hitler combatía contra el medio mundo durante la Segunda Guerra Mundial.
En 1982, el presidente norteamericano Ronald Reagan ofreció un brindis en una visita oficial a Brasil. En medio de la emotividad del discurso solicitó hacer sonar las copas en homenaje al pueblo de Bolivia cuando este país ni siquiera se encontraba en el itinerario de esa gira ni estaba presente en la recepción.
Nicolas Sarkozy es recordado como expresidente de Francia. Su papel al frente de la nación gala ha sido duramente cuestionado después de dejar el Palacio del Eliseo. En noviembre de 2011 olvidó apagar su micrófono en una conversación con su homólogo estadounidense Barak Obama. En la plática, Sarkozy se despachó en descalificativos contra el Primer Ministro de Israel Benjamín Netanyahu a quien tildó de “insoportable” y “mentiroso”. El acto generó una nota de protesta del Gobierno israelí que no escondió su malestar por estos descalificativos.
Finalmente, Nicolás Maduro es el líder indiscutible en esta lista. Expresiones como “los penes y los panes”, “libros y libras”, “SOS Venezuela” o “capitalistas que especulan y roban como nosotros” han hecho carrera en su régimen haciéndolo merecedor de adjetivos peyorativos a lo largo del continente.
Estos cortos ejemplos denotan momentos en los que es preferible optar por el silencio, conservando nuestras ideas y conceptos dentro de los barrotes de marfil que Dios nos dio, reflexionando en la cita de Proverbios 10:19 que proclama: “El que mucho habla, mucho yerra; el que es sabio refrena su lengua”.
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