Hace cinco meses cumplió ochenta y un años de edad. Y hace apenas unas semanas en su pueblo natal le rindieron un homenaje virtual como reconocimiento a sus aportes al estudio de nuestra historia. Fue con motivo de haberse celebrado allí el encuentro de escritores que cada año reúne a esos hijos que tomaron la palabra como una opción de vida. Aunque hace sesenta y tres años abandonó esas calles donde siendo niño aprendió a tocar el clarinete al hacerse miembro de la banda juvenil, lleva a su pueblo en el recuerdo, y dice con orgullo que allí descubrió a temprana edad que su proyecto de vida estaba en la investigación histórica. Esa vocación la descubrieron sus maestros cuando cursaba el bachillerato. Fue el mejor estudiante. Obtuvo la medalla a la excelencia académica.
Al llegar a este párrafo los lectores ya se habrán preguntando de quién puedo estar hablando. Aunque no he dado el nombre del pueblo donde vino al mundo un 19 de junio del año 1939, unos pocos ya habrán descubierto que lo hago sobre un hombre que ha hecho un aporte inmenso a la historiografía de Colombia, que ha escrito más de cien libros donde aclara dudas sobre nuestra historia y que en México obtuvo el Premio Nacional de Historia en el año 1968. Es un estudioso de los procesos históricos de América Latina, a quien la Universidad Pedagógica y Tecnológica de Colombia le otorgó el 15 de mayo de 2007 el título de Doctor Honoris Causa en Ciencias Sociales. Un hombre de serias disciplinas intelectuales a quien Caldas le debe un reconocimiento público.
¿De quién estoy hablando? Se los voy a decir. De un caldense ilustre que es miembro de número de la Academia Colombiana de Historia y, además, miembro correspondiente de la Real Academia Española de Historia. De un historiador que en el año 1975 obtuvo el Premio Nacional de Literatura José María Vergara y Vergara, otorgado por la Academia Colombiana de la Lengua, por su obra “El Proceso Ideológico de la Emancipación”. De un escritor prolífico que en la Universidad Autónoma de México hizo una especialización en estudios latinoamericanos. De un hombre formado en lecturas exquisitas que ha aportado con su obra histórica al esclarecimiento de hechos que incidieron en la lucha por la libertad.
Este caldense de dimensiones intelectuales superiores se llama Javier Ocampo López, y nació en Aguadas. Su preocupación por el folclor colombiano, por la historia de las ideas, por las costumbres de su tierra, por el pensamiento de Bolívar, por la formación de nuestra nacionalidad y por explicar el caudillismo lo han convertido en un historiador admirado por la profundidad de sus investigaciones. Todo porque su estilo literario es claro. Maneja una prosa fresca, con un lenguaje entendible para el lector común, matizada de referencias académicas que no se hacen pesadas. Otto Morales Benítez calificó su estilo como de una densidad conceptual admirable, donde la abundancia de datos históricos no hace pesados los textos porque maneja la palabra con precisión.
En el momento de empezar a escribir estas líneas en homenaje a Javier Ocampo López recordé el verso de la mexicana Ana María Rabatté donde dice que los homenajes deben hacerse “en vida, hermano, en vida”. No se debe esperar a que la persona muera para manifestarle admiración. Hay que hacerlo mientras tenga vida, para que sienta la gratitud por lo aportado para construir una sociedad mejor a través del conocimiento. La voluminosa obra histórica del escritor de Aguadas es un referente en Colombia para desentrañar nuestro pasado, para entender nuestras manifestaciones folclóricas y para comprender el significado de nuestras expresiones culturales. Como formador de gente pensante, Ocampo López ha contribuido al crecimiento en valores de miles de colombianos.
El reconocimiento que en esta columna propongo a las autoridades de Caldas para un historiador que ha puesto en alto el nombre del departamento en el contexto latinoamericano tiene otra motivación especial: su preocupación por el espacio geográfico donde vino al mundo. Javier Ocampo López es un humanista que no ha olvidado sus raíces. Eso se descubre cuando se leen sus libros sobre Caldas. “Aguadas, alma y cuerpo de la ciudad”, escrito en coautoría con los sacerdotes Guillermo Duque Botero y Adalberto Mesa Villegas, es una interpretación sentida de lo que es el espacio de su infancia. Y los ensayos sobre la colonización antioqueña y sobre las tribus que habitaron lo que hoy es Caldas hacen claridad sobre sucesos importantes de nuestra historia.
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