Cuando recibí una llamada de Luzmila García sugiriéndome que escribiera unas palabras para leer en las exequias de esta gran mujer que hoy despedimos hacia la eternidad, yo ya había pensado en que debía cumplir la bella misión de exaltar con mis palabras a un ser humano dotado de grandes virtudes. Y lo había pensado porque, cuando recibí la noticia de su fallecimiento, un dolor inmenso embargó mi alma. No podía creer que la muerte se hubiera llevado, así no más, sin medir la tristeza que causaba su partida, sembrando tanto dolor en los suyos, a alguien que hizo tanto bien en la vida, que entregó su existencia al servicio de los demás, que impulsó obras en beneficio de los desprotegidos, que interpretó ese principio social de que se debe trabajar por el bienestar de quienes nada tienen.
Estoy hablando aquí de Magnolia Serna de Castaño, la líder cívica que impulsó proyectos para la reactivación de la economía en su Aranzazu del alma cuando asumió la responsabilidad de poner a producir los viejos telares de la Cooperativa de fique, con el único propósito de permitirle a mujeres cabeza de familia obtener unos recursos para el sustento de sus familias. Estoy hablando aquí de una mujer que heredó de su señora madre, Rosa Emilia Giraldo, el compromiso social que la llevó a liderar el proyecto al que ella le dio vida, La cobija del pobre, una institución que le permitió habitar una vivienda digna a familias de escasos recursos económicos. Estoy hablando de esa mujer dinámica, entusiasta, emprendedora, convencida de que hay que pasar por la vida haciendo el bien.
Para hablar de Magnolia Serna de Castaño me remito a unas palabras del gran poeta norteamericano Walth Whitman dirigidas a su biógrafo Traubel cuando este inició la escritura de su biografía: “Usted va a escribir sobre mí. Tenga cuidado de hacerlo honradamente. Haga lo que haga, no me embellezca. Ponga ahí mi vida tal como ha sido. No olvide mis virtudes ni mis defectos”.
Cuando cae una hoja de un árbol frondoso no se estremece la corteza terrestre. Pero cuando cae un roble se estremece toda la selva. Eso pasa en los hogares. Cuando muere el tronco de una estirpe, cuando se doblega ante el peso de la vida el árbol que cubrió con su sombra a hijos y nietos, cuando parte ese ser querido que dejó en todos el recuerdo de su ternura, de su amor, de su entrega, los cimientos de ese hogar se estremecen. Es un roble que cae, herido por el peso de los años. Esto es lo que ha sucedido con la desaparición, a sus casi 80 años de edad, de Magnolia Serna de Castaño. Con su muerte se va una esposa comprensiva, una consejera oportuna, una madre ejemplar, una abuela cariñosa, una amiga sincera. Por esta razón, el vacío que deja entre los suyos no lo llena nada.
Le estoy dando hoy la despedida a una mujer excepcional. Magnolia Serna de Castaño se conmovía con el dolor de los enfermos, se llenaba de angustia con los problemas de los demás, hacía suyas las alegrías de sus hijos, compartía su sonrisa con los nietos que le alegraban la existencia, entregaba cápsulas de optimismo con su forma positiva de ver la vida. Se conmovía con el trino de un pájaro, con el perfume de una rosa, con la sonrisa de un niño, con la letra de un poema, con el gorgoriteo del agua, con el verde de los paisajes, con el azul del cielo. Era tierna, elemental y simple. Su alma generosa se abría para ayudarle al pobre, para hacer que se dibujara una sonrisa en el rostro de un anciano, para calmar el hambre de quienes ya nada esperan de la vida.
Magnolia Serna de Castaño no tuvo horarios para entregarles su inmenso amor a hijos y nietos. La recordarán como esa mujer que sembró en ellos el milagro de la vida, que les infundió su sangre para que transitaran libres por el mundo, que veló sus sueños en la edad primera. Su esposo, Francisco Javier Castaño Duque, que hoy llora su ausencia por los corredores de esa casa alegre donde compartieron sueños, puede hoy despedirla con estas bellas palabras del libro “Trasegar la vida en un poema”, del escritor caldense Germán Ocampo Correa: “Siempre guardaste una sonrisa plena para convencerme de que la risa es una oración nueva. Irás a contarle chistes a la parca. A robarle sonrisas a la eternidad. En el cielo te esperan. Y yo desde este puerto triste, con lágrimas, te digo adiós”.
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