Conquistar la tranquilidad en la vida no se da por arte de birlibirloque ni es un fenómeno que sucede con el transcurso del tiempo o por preconcepción de factores físicos o sicológicos. Amado Nervo dijo poéticamente: “(…) porque veo al final de mi rudo camino, que yo fui el arquitecto de mi propio destino”. La vida no discurre como el ferrocarril transiberiano, rápido y sin sobresaltos, sino que es una rueda de Chicago o una montaña rusa, en las se está unas veces en la cumbre y otras abajo, con movimientos raudos de sube y baja que producen vértigo o relajamiento. Esos recorridos, por veloces y azarosos, no dejan de ser placenteros, a menos que se tenga un temperamento fatalista, de esos que siempre encuentran de qué quejarse y ven asomar las cosas malas por todos los resquicios. “La vida es una tómbola”, dice una canción popular, es decir, una rifa en la que se puede ganar o perder. La única forma de ganar con seguridad, al menos el valor de la boleta, es no apostando.
Las disquisiciones anteriores son una forma de irse por las ramas para llegar, viajando por las nubes, a algo concreto: la tranquilidad. Esta es una forma de llegar a la vejez sin sobresaltos, buscando siempre algo que hacer para que no se atrofien las facultades físicas y mentales por falta de uso y eludiendo intervenir en asuntos que no se pueden resolver, especialmente cuando son ajenos. Berceo, el de Santuario, municipio del Viejo Caldas, vecino del cerro Tatama, con su cinismo filosófico, sentenciaba: “Si me quieren dar gusto, hagan lo que les dé la gana”. El viejo, o adulto mayor, como se dice ahora piadosamente, dese por satisfecho cuando haya podido ser superior a sus problemas anteriores y conquistado respeto, salud (no siempre perfecta), comodidad económica y lucidez y visión para disfrutar lecturas de su gusto, que no tengan nada que ver con compromisos y tareas. Comodidad económica no significa riqueza, cosas que administrar, asuntos de que preocuparse y personal a cargo. El ideal es tener lo necesario para subsistir sin afugias, carecer de deudores y acreedores; disponer del tiempo sin limitaciones, hacer ejercicio físico al alcance de las propias energías, conocer el desarrollo de los jardines vecinos, ser reconocido por vigilantes, meseros y cajeras de supermercado y llamado por su nombre, contar con un brazo solidario para bajar escalas y sentarse en las bancas de los parques a esperar el ocaso que aparece por el occidente con sus pinceladas de arreboles y, como dijo Barba Jacob del árbol, a “ver pasar las mozas del camino, plácidamente sin decirles nada”.
Alcanzar la tranquilidad es un arte que se cultiva después de coger la curva descendente de la tercera edad, cuando comienzan a disminuir las ínfulas del poder y la suficiencia, se intensifica la ternura y madura la razón.
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