En épocas de pandemia, incertidumbre social, desajustes económicos, crimen organizado e inseguridad ciudadana, en campos, pueblos y ciudades; y de mediocridad de los administradores públicos, surge una premisa física: “para que un cuerpo emerja tiene que sumergirse completamente”. Que sirve, aplicada a las inquietudes señaladas, para alimentar la esperanza. La excepción de emerger los cuerpos sumergidos son los objetos muy pesados, como el galeón San José, supuestamente lleno de riquezas, anclado en el fondo del mar Caribe, que lleva allí años incontables, que arrancan desde la época colonial, creando especulaciones sobre las causas de su hundimiento, el contenido de sus entrañas y la identidad de su legítimo dueño. España, propietaria de la nave, reclama los tesoros que transportaba el San José; y Colombia hace lo propio, aduciendo que tal contenido es suyo porque fue robado por los españoles y porque el galeón reposa en aguas que corresponden a su mar territorial. Entre las dos naciones están los expertos en esta clase de rescates, cuyos honorarios salen de lo que recuperen. Ese tema ha resultado bizantino, y seguramente será resuelto por un arbitraje de expertos, que se quedarán con lo que dejen los rescatistas. Colombia y España, si bien les va, tendrán que pagar por las piezas que consideren de valor histórico, para que reposen en los museos de uno u otro país, según dictamine el arbitraje.
Así suelen resolverse las controversias en las que están involucrados los intereses de los pueblos, como la escogencia de gobernantes, que privilegia intereses políticos y económicos, por encima del bien común. Para aterrizar en la campaña presidencial y parlamentaria de 2022, en Colombia, tres tendencias están en disputa: una, que representa intereses económicos y de poder, con un tufillo dictatorial disimulado tras medidas de emergencia. Tiene este grupo nombre propio, que evoca franquismos, peronismos y similares. Otro, populista de extrema izquierda, también con nombre propio, semejante a castrismo y chavismo, copiado de sistemas fracasados que proclaman el socialismo del siglo XXI, vestido de “humano” como atractivo, al que adhieren ingenuos e ignorantes. Y un tercer grupo político amorfo, atomizado en liderazgos liberales de centro, en el que se imponen las vanidades individuales sobre el realismo político. Los aspirantes, que forman un abanico amplio, tienen cualidades personales, formación académica, experiencia administrativa y carisma personal, suficientes para avalar sus aspiraciones. Pero no entienden, pese a sus talentos, que las elecciones se ganan sumando, no dividiendo. Así las cosas, mientras estos buenos prospectos pongan sus egos por encima de la lógica electoral, Colombia seguirá gobernada por mediocres, de derecha o izquierda. Para perder, es lo mismo.
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