Que las alturas del poder marean, se confirma con ejemplos ostensibles, como el de gobernantes elegidos en procesos democráticos, que una vez apoltronados en el solio presidencial (u otras sillas de menor escala) creen que sobre ellos ha soplado sabiduría el Espíritu Santo, se olvidan de asesores y consejeros y hacen lo que les da la gana y dicen lo primero que se les viene a la cabeza, sin medir las consecuencias que puedan tener sus imprudencias y desaciertos. Y de un tiempo para acá han adquirido un estatus especial como asesores los técnicos, magnificándolos como si fueran depositarios de la verdad revelada; los iluminados. “El técnico es un bárbaro”, dijo el sabio. Y agregó: “Semejante a un ciego, el especialista en su habitación se desenvuelve muy bien, pero fuera de ella se tropieza con todo”.
De modo que los ejecutivos que deben tomar decisiones trascendentales, de las que depende la suerte de muchas personas, a los técnicos o especialistas deben recibirles sus recomendaciones con beneficio de inventario. Entre otras cosas, porque detrás de sus “estudios” suele haber intereses económicos de empresarios sin escrúpulos que no miden daños colaterales relacionados con el medio ambiente, la seguridad ciudadana o el patrimonio de ingenuos inversionistas. Bosques protectores talados, fuentes de agua contaminadas, puentes colapsados y edificios de apartamentos demolidos por mal construidos, confirman lo dicho.
Como los árboles no tienen doliente, a pesar de las instituciones oficiales protectoras; ni las aves, las ardillas, las comadrejas, las mariposas, los peces, las abejas y similares carecen de voceros en el Congreso Nacional y no pertenecen a un “grupo de presión”, es decir, no están asociados a un gremio; y las ONG que sacan la cara por ellos son tildadas de subversivas, esas especies desaparecen poco a poco en aras del “desarrollo”, el “progreso” y el crecimiento de la “productividad”. Todo por el PIB.
Para concentrar el comentario en el sector agrícola, dos recursos de la tecnología, abonos y fungicidas, impuestos por las multinacionales productoras de químicos, a través de los asesores de los gobernantes, al mismo tiempo que elevan los volúmenes de producción destruyen especies mayores y menores de la fauna, “degeneran” la tierra (la vuelven adicta) y elevan los costos de producción, con cargo al bolsillo de los campesinos productores. Una víctima que prende las alarmas por estos días son las abejas, que junto con mariposas y aves menores tienen la misión de polinizar las plantas, es decir, de ayudarlas a reproducirse, pero son víctimas de los fungicidas, que las matan junto con plagas y malezas. Y la tecnología impone transgénicos para aumentar la producción agrícola, que es violentar la naturaleza, así como se dopan los deportistas para dar más rendimiento “sollados”. Ni más ni menos.
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