En medio de las truculencias de la política, que le quitan el sueño a cualquiera medianamente normal, llegan oasis literarios que invitan a la placidez. Como la reciente obra de José Miguel Alzate, “Cuando en sueños Amanecer conoció el bosque” *, que lleva al lector por espacios de fantasía, para que vuelva a soñar, para que sea niño de nuevo, para que sienta el olor, el color y los sonidos de la Naturaleza; y traslade esas emociones a hijos y nietos. Las ilustraciones de Jenny Paola Vélez García tienen la tersura de las mejillas de los niños. Magnífico ejercicio literario el del autor, para ubicar el relato al nivel de todas las edades, porque tanto interés despierta la novela si se les lee a los niños para que duerman sin los sobresaltos de la cotidianidad, como si el sujeto mayor se sumerge en sus páginas para devolver la “película” a la dorada infancia y encontrar de nuevo a los Tilolilos con quienes recogió musgo para el pesebre, chapuceó en los charcos camino de la escuela, se bañó en las quebradas de las fincas familiares, cogió guamas, se comió las “motas” e hizo candongas con las pepas; jugo trompo puchando sapa, y bolas al pipo y cuarta; y se mamó de la escuela para irse a pescar sabaletas con un líchigo. Ese tipo de relatos infantiles para todas las edades, como el de José Miguel, emula con otros que leímos en la lejana edad de sueños y fantasías y volveríamos a leer con agrado, en lugar de los proyectos de ley del inefable Congreso Nacional y los sorpresivos fallos de las Altas Cortes, que mantienen a la opinión pública con el pelo de punta.
Euclides Jaramillo Arango, un pereirano arraigado en el Quindío, cívico, intelectual y académico, director ejecutivo de la Cámara de Comercio por muchos años, desde donde impulsó numerosas obras de progreso; y cofundador de la Universidad del Quindío de la que fue rector y profesor, escribía relatos costumbristas de delicioso humor y parió una novela que hace parte de la antología, triste antología, de la violencia: “Un campesino sin regreso”. Otro de sus libros, “Talleres de la Infancia”, es anacrónico en estos tiempos de tecnología y cibernética, cuando los juguetes de los niños no los entienden los viejos. Euclides se refiere en su libro a los juguetes que hacían antaño los niños ellos mismos, con retazos de tela, pedazos de madera, recortes de cuero, puntillas torcidas, que se enderezaban contra un andén, dándoles con una piedra; carretas de hilo que dejaban las mamás costureras, botones para los ojos de los muñecos, rodamientos desechados, para las llantas de los carritos de madera; y cauchos que se les sacaban a los calzones viejos, para hacer caucheras. Estas lecturas, la de José Miguel y Euclides, permiten dormir plácidamente, como juega en sueños Amanecer en el bosque con Tilolilo.
* Manigraf Grupo Editorial, 126 pág. Manizales, 2019.
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