De los ciudadanos mencionados en la columna de la semana pasada, propuestos como idóneos para desempeñar altas responsabilidades del Estado, vale la pena detenerse en alguien conocido por su relevancia nacional. Coincidió con este columnista en la lejana juventud, cuando adelantaban estudios de bachillerato en Manizales, él en Nuestra Señora y quien esto escribe en el Instituto Universitario. Sabe de su familia, en la que se cuentan brillantes intelectuales. Y tiene cercanía afectiva con su pueblo natal. Se trata de Humberto de la Calle Lombana. Con la advertencia de que el columnista puede jurar sobre los libros sagrados de todas las religiones conocidas, y de los textos ateos, que no tiene compromisos laborales ni negocios con De la Calle. Tampoco es su pariente y no busca cargos en la burocracia, ni contratos, para sí o para sus familiares cercanos.
Humberto de la Calle proviene de la “provincia paria”, como se les ha llamado a los territorios colombianos donde el Estado siempre llega tarde, cuando llega. Siendo niño aún salió con su familia de Manzanares, Caldas, donde nació, a media noche, de huida de la absurda violencia política. Inició sus estudios en Manizales, sin ínfulas clasistas, con una excelente nómina de maestros. Se graduó de abogado en la U. de Caldas y mantuvo un bufete que, administrado por colegas de su confianza mientras ejercía cargos oficiales, pero bajo su vigilancia, fue exitoso. Sus desempeños en la burocracia oficial los ha conseguido porque tiene una disciplina intelectual amplia y diversa; posee, además, sentido común y sensibilidad social para la toma de decisiones; ostenta maneras caballerosas y trato cordial; demuestra su inteligencia con un exquisito sentido del humor y es ameno contertulio; y maneja la escritura y la tribuna con solvencia idiomática e ideológica de estirpe filosófica liberal. La oratoria le fluye sin ademanes histriónicos ni agresividad, mucho menos con chabacanería para conquistar auditorios plebeyos y, por el contrario, se expresa con vocación pedagógica. Cosa rara para la época, jamás ha metido las manos con disimulo en las arcas oficiales.
De la Calle es un hombre maduro y vital, con una larga carrera pública. Ha sido parlamentario, docente universitario, jurista, escritor, diplomático y ministro, entre otros. Fue, además, Vicepresidente de la República en el gobierno de Ernesto Samper Pizano (1994-1998), cargo al que renunció cuando se comprobó el ingreso de dinero de la mafia del narcotráfico a la campaña de Samper. Lo anterior acredita al personaje que ocupa estas líneas como uno de los colombianos mejor dotados para conducir el país sobre las aguas turbulentas de la mediocridad y la politiquería, aunque ostenta una pobreza franciscana en activos electorales.
De su exitoso periplo por la vida pública se destacan la conducción desde el Ministerio del Interior de la Asamblea Nacional Constituyente que promulgó la Constitución Política del 91 y el manejo sabio y acertado de los acuerdos de paz con la guerrilla de las Farc. La labor de Humberto de la Calle será reconocida por la historia, cuando se calmen las aguas de la irracionalidad. Su impecable hoja de vida acredita que tiene mucho para dar: Vitalidad, experiencia, sabiduría y las manos limpias.
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