Cuando se compara el desarrollo social, económico y cultural de Europa con el de Latinoamérica, para justificar el atraso de países como Colombia, se invoca el proceso milenario del Viejo Mundo frente a la relativa juventud americana, lo que obedece a factores evolutivos. Antes de la independencia americana, jóvenes con inquietudes intelectuales, espíritu migratorio y recursos económicos cruzaron el océano Atlántico para estudiar en universidades europeas, apreciar expresiones culturales, frecuentar salones aristocráticos y agregarles idiomas a sus recursos para expresarse. Esos fueron quienes después comandaron los ejércitos libertadores, implementaron el sistema democrático, redactaron las constituciones políticas, ordenaron legalmente la sociedad, crearon los sistemas económicos, orientaron la educación elemental y superior y se instalaron en el poder.
Con el correr de los años, surgieron nuevos dirigentes que han alternado en el Gobierno, la legislatura y la justicia, inspirados en modelos del viejo continente y de Grecia y Roma, paradigmas de cultura. El transcurrir del tiempo y la experiencia han aclimatado en el trópico los modelos anteriores, con perfiles innovadores. Al tiempo y experiencia hay que agregarles el desarrollo acelerado de la ciencia y la tecnología, y el fenómeno de las comunicaciones, que acortan épocas y distancias, aunque sus efectos son contradictorios, por el buen o mal uso que se hace de ellas.
Los próceres fundadores de las repúblicas americanas, con la sabiduría humanística de los modelos europeos y greco-romanos, asimilaron también el instinto bélico, que culturas avanzadas abandonaron, pero persisten en el Tercer Mundo. En Colombia, el belicismo tuvo en el siglo XIX connotaciones “ideológicas” que degeneraron en violencia sistemática.
En la sociopolítica es normal, incluso necesario, que quienes aspiren a conquistar posiciones de liderazgo busquen modelos para imitar. Pero no necesariamente que los sigan a ciegas. En el libro sobre Ángela Merkel, de las periodistas colombianas Patricia Salazar Figueroa y Christina Mendoza Weber*, se revela que la canciller alemana, discípula de Helmut Kohl, ascendió al poder con su apoyo y había sido ministra en su gobierno. Pero se apartó de él cuando fue acusado de recibir donaciones ilegales para sus campañas. Lo hizo con contundencia y sin aspaviento. Y Kohl no la llamó traidora ni le declaró la guerra a su Gobierno. Hasta hace un tiempo, ya lejano, los estadistas colombianos habían formado su ideario y diseñado sus modelos políticos inspirados en gobernantes registrados con honores en las páginas de la historia universal. Pero los de ahora, con vocación electorera más que de grandeza histórica, unos proclaman socialismos fracasados y otros se miran el ombligo. Con vientos de esperanza vendrán tiempos mejores.
*Ángela Merkel. La física del poder. Intermedio Editores. Bogotá, Colombia, 2019.
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