Según el DRAE, nobleza es la “cualidad de noble”. Y noble es: “Preclaro, ilustre, generoso. Principal en cualquier línea, excelente o aventajado en ella”. Las castas dominantes instituyeron desde tiempos lejanos unos modelos indispensables para adquirir la calidad de “noble”, que no siempre exigían al sujeto ser “preclaro, ilustre, generoso”, sino que bastaba con que llevara un apellido de rancio abolengo, proveniente de antepasados destacados por su desempeño en actividades guerreras, su riqueza o el ejercicio del poder.
Esa tradición se tornó en “nobleza”, no precisamente por las calidades humanas de sus miembros, muchos de ellos tarambanas que jugaban a la guerra, practicaban la caza y seducían niñas humildes. Y cada dinastía adoptó símbolos que la identificaban, como escudos de armas, de formas, colores y elementos exclusivos; árboles genealógicos y otros embelecos que las familias “nobles” colgaban en los salones principales de sus mansiones, al lado de retratos de personajes arrogantes llenos de méritos, según sus descendientes.
A esa costumbre adhirieron personas comunes y corrientes, que coincidían con los apellidos de los próceres, así fueran pobres ciudadanos del montón. Pero como “todo cambia, todo se transforma”, según Heráclito, de un tiempo para acá se impuso el “dios dólar” y la “rancia nobleza” se redujo a unos pocos sobrevivientes de “los tiempos de la cruz y de la espada”, que consumen sus últimos años en casonas invadidas por el gorgojo, conservan en viejos baúles trajes olorosos a alcanfor y ojean de vez en cuando, entre suspiros y moqueos, fotos amarillentas de hermosas parejas de ancianos acartonados y niños que hacen carrizo, tienen caritas angelicales y de sus cabezas cuelgan bucles de puntas doradas. Los muchachos se totean de la risa viendo esas fotos y las tías viejas los pellizcan por irreverentes.
De esa “nobleza” apenas quedan algunos reductos en poblaciones y barrios señoriales, mientras la ordinariez se instala en lujosos condominios y los nuevos ricos aprovechan sus viajes a Europa para buscar ancestros ilustres (las genealogías las venden en las cancillerías), blasones y retratos de marcos dorados envejecidos a propósito. Esa moda la retrató acertadamente el periodista y escritor Óscar Domínguez, quien dijo: “Primero se enriquecen y después se ennoblecen”. Otros califican a esos advenedizos como “carangas resucitadas”, que, sin cultura, sin conocimientos y apenas con valores bursátiles, mientras los morales los desconocen, se pavonean por los altos cargos del Estado, vociferan en los parlamentos y hacen el oso en la diplomacia. -“Cuidado, Celedonio, rompe el protocolo”, advierte la señora, mientras se prepara para asistir a la recepción palaciega. Y el tipo contesta: -“Y si lo rompo, lo pago”.
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