Aunque falta mucho tiempo para las próximas elecciones (casi dos años), es bueno advertir que los políticos, cuyo oficio es mantener y acrecentar los inventarios de votantes amarrados y agregarles otros que enlacen a última hora, su olfato ya debe haber detectado un filón para explotar: los sectores sociales que han sido favorecidos con auxilios en la presente emergencia, para decirles: ¿Se fijan que sí se podía y que sí había con qué? Nosotros nos comprometemos a volver las ayudas en efectivo y en mercados permanentes, para que se haga justicia bla bla bla… Esos son los discursos que a falta de propuestas serias utilizan los populistas de todos los matices, para ganar votos que los mantengan en el poder. De esa manera formar conglomerados sociales que viven de limosnas y no desarrollan capacidades que les garanticen autosuficiencia y les den independencia para escoger dirigentes, representantes y mandatarios idóneos, serios y honestos.
“Los pueblos tienen los gobiernos que se merecen”. El ejemplo histórico de Venezuela es dramático y doloroso, vistas las cosas desde la óptica humanitaria y democrática. Durante un lapso que ya va para muy largo, el socialismo del siglo XXI ha malgastado los recursos que generosamente le ha otorgado la naturaleza a esa nación, el principal de ellos el petróleo, dándoles a los pobres migajas para la subsistencia; y el pueblo las apara en el aire y menea la cola como perro agradecido. Así, los folclóricos gobernantes garantizan el triunfo en todas las elecciones que convocan, que son un remedo de democracia, o “la dictadura de las mayorías”, como acertadamente las calificó alguien. Mientras tanto, el desarrollo y la creatividad declinan, la inversión se espanta, el talento emigra, el progreso se frena y la cúpula del poder se enriquece, aliada con las mafias internacionales, que se apoyan en el terrorismo organizado (¿?) para su seguridad.
Ese estilo degenerado de “democracia” merodea por el mundo, representado en dirigentes que brotan sorpresivamente, como “las flores del mal” de Baudelaire, envueltos en un ropaje populista que les habla a las masas con un lenguaje soez que busca ser empático con el populacho; denigra del capitalismo, pero no ofrece alternativas eficientes; convoca movimientos bochinchosos que pretenden reivindicar al pueblo quemando buses, rompiendo vitrinas y descalabrando policías; y ofrecen revolcar el establecimiento para edificar un estado ilusorio, algo así como un nirvana hecho a mano, artesanal.
Por las calamidades rondan los populistas, camuflados con distintos ropajes, como revolotean las avispas donde hay dulce o los buitres donde hay carroñas.
Alguien dirá que la advertencia es exagerada, pero, como decía el gago, “es mejor que so-sobre y no que fa-falte”.
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