La agricultura es distinta a otros negocios, cuyos riesgos económicos son más fáciles de prever y calcular. El comercio y la industria, por ejemplo. De las actividades del campo la ganadería es más rentable (por eso se llama “ganado”, dicen los graciosos) y opera con menores costos. “La agricultura es un negocio de pobres”, dicen los ganaderos tomando whisky, mientras los agricultores sudan en las antesalas de los bancos. Pero el agro produce un bien esencial: la comida.
Algunos señoritos urbanos y de escritorio, destacan el petróleo, la minería y las manufacturas metalmecánicas, con el argumento de que la exportación de estos bienes genera divisas suficientes para importar alimentos, sin someterse a las eventualidades climáticas y a las variaciones de los mercados. Esa premisa contiene varios errores. Uno de ellos es que el territorio colombiano posee variedad de condiciones y características, además de su gran extensión, como para ser autosuficiente en toda clase de productos agrícolas y atender una gran demanda externa. Esto no ha sido posible por falta de planeación, por los bandazos de la política agrícola, sometida a permanentes cambios de dirección, y por la violencia, que desarraigó a los campesinos y no ha permitido que las generaciones de trabajadores agrícolas se renueven. Sin contar con la codicia de quienes adquieren tierras por tortuosos métodos, no para hacerlas producir, sino para tenerlas como patrimonio sólido, o para que “engorden”, a la espera de que por sus contornos pase una autopista o se desarrolle un proyecto urbanístico.
Otro error de los miopes académicos es no mirarse en espejos como el de Holanda, Francia y China, por ejemplo, donde la agricultura es subsidiada por el Estado, para garantizarle precios de sustentación e indemnizar eventuales pérdidas, causadas por circunstancias climáticas u otras no previsibles. Tampoco entienden los “genios” de saco y corbata que petróleo, oro, carbón y similares no se comen y son bienes no renovables, que tarde o temprano se agotan, mientras que la humanidad tendrá que alimentarse por los siglos de los siglos. Además de que el mercado de esos productos de naturaleza minera está sometido a la especulación, que controlan organizaciones financieras insensibles a las necesidades primarias de las poblaciones.
La gastritis de un petrolero puede causar una debacle en la economía de muchos países débiles, como ya se vio recientemente con los precios del petróleo, que desbarataron todas las previsiones macroeconómicas de Colombia; y en algo se amortiguó el impacto con la producción agrícola de más de un millón de hectáreas, que se liberaron del flagelo de la guerra. Desafortunadamente, no hay una política agraria de largo alcance. Pero el error más grave de los monetaristas es ver la tierra como un bien, no como un recurso. La agricultura es una vocación, casi una religión.
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