Los movimientos que se han dado en el ajedrez político colombiano en los últimos días permiten aspirar a que haya opciones distintas a las que representan los caudillos, que se consideran dueños del electorado y mesías de los destinos del país. Igualmente satisfactorio es registrar el interés que han mostrado los jóvenes por intervenir desde las aulas universitarias en los asuntos que atañen a la sociedad, y su participación en movimientos sociales. Hasta ahora han sido escépticos sobre asuntos públicos, con el argumento de que los dirigentes “son los mismos con las mismas”. Así se refieren a los grupos que se apoderaron de todas las instancias del Estado y buscan sacar tajada de los presupuestos oficiales, porque ninguna motivación altruista los inspira. Esos clanes familiares, ubicados por regiones, compensan con creces las “inversiones” hechas en las campañas para elegir candidatos de bolsillo; buscan llevan familiares y amigos al Congreso Nacional y a los altos cargos del Gobierno; y, los más ambiciosos, procuran que uno de los suyos llegue a la presidencia de la República. Para ellos los premios de consolación están en la diplomacia, categorizada según la cercanía de los aspirantes con quienes deciden, porque no es lo mismo ser embajador en Uganda, Bangladesh o Etiopía que cónsul en Paris o Nueva York.
Por fuera de los claustros universitarios hay una muchachada pobre y sin títulos ni padrinos, que ha sido utilizada por políticos, mafiosos y corruptos para hacer trabajos sucios, como oficiar de “mulas”, romper vitrinas, incendiar buses, destruir monumentos y descalabrar policías, aprovechándose, quienes los reclutan, de sus angustias económicas o de la frustración de ostentar títulos universitarios que no aplican para conseguir empleo. Esas frustraciones también provocan migraciones hacia el exterior, en busca de oportunidades; o de poder desempeñar cualquier oficio sin sentir vergüenza. También han sido los jóvenes víctimas de reclutamientos forzosos, por las guerrillas y el narcotráfico y hasta por las fuerzas militares. Vincularse a éstas debe ser voluntario y debidamente remunerado, pero la idea no ha cuajado. La puesta en escena de los jóvenes, como se ha visto en los últimos días, dispuestos a participar en política, a reclamar sus derechos y a rechazar las decisiones erráticas del Gobierno y el cinismo con que mienten sus voceros, da un respiro al ambiente político, cuya hediondez y turbiedad han provocado que la gente se haya aislado de las urnas. Así lo demuestran los altos índices de abstención. Da la sensación de que los jóvenes han caído en la cuenta de que otros están usufructuando sus derechos y manipulando su futuro. Y utilizándolos como carnada para pescar electores, cuando los políticos, desde el gobierno, o detrás de él, hablan de apoyar el emprendimiento, pagar estudios superiores; invertir en lo social y financiar el futuro del país, curiosamente en vísperas de elecciones.
Quienes por estas calendas sacan la cara por el país son deportistas, artistas, científicos, pequeños empresarios, académicos y dirigentes no comprometidos, que deben prepararse y actuar con decisión para asumir el poder.
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