El encierro impuesto por el bicho ese ha obligado a hacer algo útil mientras la burocracia decide. Especialmente los viejos, a los que les han apretado más las clavijas, con la piadosa disculpa de que son especie protegida, ahora puesta al cuidado del ministerio de Medio Ambiente, librando de esa responsabilidad a Bienestar Familiar, a la familia cercana y a quienes son capaces de decidir por sí mismos. Pero el que manda, manda. Hay que reconocer que el bicho ha servido para disimular la ineficiencia de la alta burocracia, capacitar al señor presidente en el manejo de medios, invertir la plata del proceso de paz en mejorar la imagen del gobierno y en darle la oportunidad al equipo económico de legislar por decreto, con lo que se obvia el trabajo de “arreglar” a las mayorías del Congreso. Esa es una dictadura disimulada que recuerda a Carlos Villaveces, ministro de Hacienda del general Rojas Pinilla, quien llamaba a su secretaria, doña Nelly Turbay, y le decía: Nelly, traiga papel y lápiz que vamos a legislar. No hay mal que por bien no venga. ¡Cuánto tiempo se han economizado los ministros en los debates parlamentarios!
Los viejos no son muy callejeros, especialmente los que cumplen actividades en casa. Pero una cosa es no salir y otra no poder salir por disposición oficial, con amenaza de sanciones pecuniarias bastante elevadas. Ver televisión es un tormento, porque la programación, para darle gusto a la galería, solo contiene violencia, sexo de mal gusto y chismes de farándula. Y los noticieros no tienen más tema que la pandemia. Se volvieron mamones y nocivos para la salud mental.
Buscando en qué ocupar el tiempo, los viejos han vuelto a tender camas, a poner individuales, servilletas y cubiertos para servir las comidas, a trapear el baño, a sacar la ropa de la lavadora y colgarla… Las señoras refrescaron sus habilidades culinarias con deliciosos platos y barren y sacuden, porque los maridos no son capaces de calentar un agua y siempre se quejan de dolor de espalda.
Muy beneficiadas con la odiosa cuarentena han estado la lectura y relectura, la terminación de textos comenzados y hasta los diálogos conyugales tienen de qué hablar, aunque siempre comienzan: ¿Te acuerdas…? Nada nuevo. Los viejos han aprendido a manejar equipos que antes del bicho les parecían un enigma, demasiado sofisticados; y tenían que acudir a un “menor responsable” para que los operara; o pagarle a un técnico. A falta de caminadas para no oxidarse y calentar los músculos y el esqueleto, los viejos han echado mano de bicicletas estáticas, bandas de estirar y pesas. Claro que, como dice la canción, “aunque la jaula sea de oro, no deja de ser prisión”.
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