La “revolución de las pequeñas-grandes cosas”, tiene sentido si se tiene en cuenta que las obras obedecen a un proceso de gestación, desarrollo y madurez. La fórmula puede aplicarse a todas las actividades de la humanidad, que comienzan con la necesidad del hombre de crear instrumentos o sistemas para suplir sus necesidades; continúan con el perfeccionamiento de los mismos, que suele ser interminable; y terminan en el estilo de vida que caracteriza a las comunidades y les imprime rasgos propios de su forma de ser, que se llama idiosincrasia.
La labor de los historiadores es descubrir esas pequeñas-grandes cosas en los pueblos que auscultan con curiosidad científico-histórica; seguirles los pasos en el proceso de su desarrollo; y, finalmente, determinar sus características idiosincráticas. El empírico se guía por la curiosidad que despiertan las lecturas y los sentidos atentos a lo que pasa alrededor, sin el rigor de los académicos, que utilizan procesos científicos, porque la historiología y la historiografía van mucho más allá de la curiosidad, la tradición oral y las referencias coloquiales.
Con Las trochas de la memoria pretendí hacerles un homenaje a mis familias paterna y materna, ubicándolas en el proceso de desarrollo de la Antioquia Grande, advirtiendo que a las historias y referencias personales contenidas en el libro no es sino cambiarles el apellido a las familias y el cuento es el mismo, refiriéndome a lo que sucedió con la segunda colonización antioqueña, cuando los primeros colonos ya habían tumbado montaña, abierto sembradíos y fundado pueblos. Alrededor de este proceso de expansión de la comunidad antioqueña hacia horizontes de superación hay toda una gama de circunstancias sociales, políticas, económicas y religiosas, influenciadas por fanatismos de diferente índole, acaudillados por personajes que perseguían con angurria poder y riquezas, sin que se les ocurriera compartirlos con todos sus compatriotas, para conformar una nación verdaderamente civilizada, igualitaria y cristiana. Pero en la intimidad de los grupos sociales se imponían los valores de gentes que profesaban la honradez, el valor de la palabra comprometida, el amor al trabajo, el apego al clan familiar y la solidaridad sin discriminaciones, que fueron puntales para sostener una clase media que le diera equilibrio a la sociedad.
Como toda expresión cultural que identifica grupos humanos tiene su propio lenguaje, en Las trochas de la memoria se recogen, en boca de los personajes que discurren por sus páginas, términos que pudieran ingresar a las Voces fatigadas que reseñó Álvaro Marín Ocampo en exquisita selección, que tal vez perdieron vigencia pero no sonoridad y belleza; y tienen lógica lingüística, con etimología y semántica adecuadas, como lo han anotado críticos muy calificados, que se ocuparon con interés de Las trochas de la memoria. Igualmente, muchas referencias, descripciones o calificativos se expresan con chispazos de humor, exageraciones o comparaciones bufonescas, que hacen parte de la picaresca antioqueña.
* Palabras pronunciadas en la presentación del libro Las trochas de la memoria.
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