Las órdenes se dan en bases militares y escuelas religiosas; y en empresas y entidades dirigidas por gerentes autoritarios, que de esa manera marcan distancias con los subalternos, imponiendo temor, más que acatamiento. La capacidad de un ejecutivo que tiene a su cargo una empresa u organización de cualquier tipo, con personal operativo bajo su responsabilidad, se mide por la forma de trazar derroteros, diseñar estrategias de producción, administración y mercadeo; señalar tareas al personal encargado de las diferentes áreas y calificar resultados. Además, mantener un ambiente agradable de trabajo y estimular a los subalternos para que cumplan sus funciones con agrado y escalen posiciones que sirvan para la superación personal y para el mejor desempeño de sus trabajos, lo que finalmente es de beneficio mutuo para el empresario y sus trabajadores. Para que las cosas funcionen así no es necesario demostrar la autoridad con arrogancia y malos tratos, propios de gruñones mal educados, que confunden la disciplina con el látigo de los capataces en los cañaduzales de la ignominia. Los tristemente famosos “negreros”.
El paternalismo no es debilidad ni un sistema caduco de dirigir empresas. Por el contrario, ha demostrado que puede producir excelentes resultados cuando, además de tener la organización un buen producto, un mercadeo eficiente y un manejo administrativo y financiero juicioso, conserva un ambiente de trabajo armonioso, grato y estimulante, que es lo que ahora se identifica como “valor agregado”, que es una utilidad adicional desprovista de costos.
Es de justicia, más que un cumplido, reconocer los méritos empresariales, sociales, familiares y filantrópicos de Carlos Adolphs García, fallecido hace pocos días a los 80 años largos, de los cuales llevaba más de 45 residenciado en Manizales. Era un hombre de carácter, visionario y ejecutivo eficiente, cuyo paso por las empresas que dirigió dejó la impronta de su visión empresarial y su capacidad gerencial. Bogotano de ancestros paternos alemanes, llegó a la capital caldense a cumplir un encargo y echó raíces en esta ciudad, que adoptó como suya; sentimiento que inculcó a su familia, especialmente a su esposa, María Cristina Garzón, que proclama ser manizaleña con la cariñosa expresión de su entusiasmo. Falta que hacen personas como Carlos Adolphs, que construyen futuro con los materiales de la productividad, la cultura, la educación y la solidaridad humana; y dejan un legado de señorío y buenas obras que perpetúan sus nombres. A doña María Cristina, sus hijos y nietos hago llegar mi sincera solidaridad por la ausencia definitiva de su ser querido, un hombre, un profesional y un ciudadano digno de exaltar.
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