“Todo cambia, todo se transforma”, advirtió Heráclito. Premisa que cada vez es más evidente, por la dinámica de la humanidad, su crecimiento demográfico, la creatividad, tecnológica, científica y metafísica, propia de la curiosidad y el asombro del hombre; y el cambio cíclico de las costumbres, que ondean sobre el devenir de los tiempos y la diversidad de culturas y formas de expresión social, como el arte, la música, el baile, la literatura, el vestuario, la alimentación, el transporte, las comunicaciones… y tantas cosas, para que los jóvenes disfruten de las innovaciones y los viejos se asombren y hagan esfuerzos por adaptarse a ellas, cuando son capaces; o, simplemente, las vean pasar, como ven correr el agua de los ríos, sin intentar detenerla. Algo que ahora difiere de la tradición es el concepto de vejez. Tanto, que la expectativa de vida ha variado favorablemente, gracias a las condiciones higiénicas y terapéuticas, que prolongan la vida humana; y animal, en general.
Las estadísticas que registran las variables relacionadas con la duración promedio de las personas les permiten a las instituciones que controlan y proyectan las perspectivas económicas de las naciones, y a los actuarios que calculan las primas de los seguros de vida, entre otros, hacer cálculos más o menos acertados para sus operaciones financieras.
Lo anterior implica que las matemáticas, la estadística y las ciencias socioeconómicas han desplazado la costumbre ancestral de atenerse a la experiencia y sabiduría de los viejos para tomar decisiones. Los consejos de ancianos, las advertencias de que “el que no oye consejo no llega a viejo”, “la experiencia no se improvisa”, “sabe más el diablo por viejo que por diablo”, “perro viejo late echado” y otras semejantes, como las canciones de antaño, se guardan en el baúl de los recuerdos. Actualmente se acude, para programar la vida social y el desarrollo de las comunidades, a los textos académicos y a las fuentes informáticas.
Experiencia y sabiduría son recursos que utilizan los viejos para entretenerse escribiendo memorias; dialogar con los contemporáneos en mesas de café, entre tinto y tinto y entre pasta y pasta, repitiendo los mismos cuentos; y para divertir a los nietos en las reuniones familiares. Éstos, los nietos, se entretienen oyendo las historias de los viejos, la forma como transcurría la vida en otros tiempos, los medios de transporte y de comunicación que se usaban, las canciones que estuvieron de moda, la ropa que se usaba… y al final siempre preguntan: ¿Verdad, abuelito, eso era así? Y se van a la cama con la duda de si las historias del viejo son fantasías o realidades, o con la idea de que el “cucho” está chiflado, o desvariando, mientras se codean entre sí y hacen girar el índice derecho al lado de la sien, encima de la oreja.
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