Suele decirse de medicamentos y leyes que pueden producir efectos secundarios, cuando causan afectaciones distintas a las pretendidas, para bien o para mal. Algo semejante sucede con noticias cuya presentación puede causar efectos secundarios. Tal el caso de las informaciones sobre crímenes cometidos por grupos armados ilegales, que algunas autoridades atribuyen ”supuestamente” a disidencias de las Farc, para utilizar el nombre del grupo guerrillero que se desmovilizó, merced al acuerdo de paz con el gobierno Santos. Algunos de sus miembros se declararon en rebeldía, lo que significa que ya no son integrantes de las Farc y deben ser perseguidos como delincuentes comunes. Sin embargo, a políticos, periodistas y militares enemigos del proceso de paz les interesa presentar algunas noticias de manera que causen “efectos secundarios”, como desacreditar el proceso de paz adelantado por el gobierno anterior, que algunos tozudos insisten en volver trizas.
Igual cosa sucede con algunos actos del gobierno que representa a la extrema derecha, cuyos desaciertos favorecen al populismo de izquierda, que capitaliza los errores a su favor, con miras a las elecciones presidenciales de 2022. El efecto contrario de las medidas que dicta el gran capital al gobierno sumiso es alejar la posibilidad de alcanzar la paz negociada con la insurgencia y afectar negativamente a consumidores, asalariados y
rebuscadores. Así se fomenta el incremento de la población inconforme, para solaz
de dirigentes afectos al socialismo del siglo XXI, camuflados con ropajes humanitarios.
Algunos miembros de los órganos ejecutivo, legislativo y judicial del Estado, que tienen la obligación institucional de actuar sin mezquindades ni revanchismos en favor de todos los colombianos, solapadamente quieren borrar el nombre del expresidente Santos de la historia de Colombia. El efecto contrario es ganarle adeptos al inconformismo, ampliar la brecha social, fomentar la concentración de la tierra, pervertir la justicia y acabar con lo poco que queda de democracia.
El papa Francisco, en la homilía de una de sus misas virtuales, hizo una precisión oportuna y acertada entre pecado y corrupción. De lo planteado por el Santo Padre se deduce que no es lo mismo caer en el pecado por la debilidad de la naturaleza humana, que cometer el acto deliberado, con “premeditación y alevosía”, como dicen los códigos, de saquear bienes que son patrimonio de la comunidad, para enriquecer a políticos y arribistas. Puntualmente: no es lo mismo desear la mujer del prójimo que aprovechar una calamidad pública para robarse la plata que se destina a mitigarla. Lo uno es pecado y lo otro es corrupción; y ésta tiene efectos secundarios incalculables.
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