… y ellos se juntan”, reza el viejo y sabio aforismo. Los seres que tienen analogías y coinciden en características físicas o culturales, comportamientos y metodologías de procedimientos rutinarios, fácilmente se entienden y se asocian para obrar en función de objetivos que les son comunes. Los ejemplos sería largo analizarlos. Pero es ostensible la afinidad política de personajes de la vida pública, que convergen en propósitos, estrategias y resultados, bien por comunidad de ideas o por sumisión incondicional de unos con otros. Los unos son los líderes o caudillos y los otros los serviles que, en presencia del jefe, mueven la cabeza de arriba a abajo, como los muñecos de plástico dotados de un resorte entre la cabeza y el tronco, que se pegan en los tableros de los automóviles. O aplauden frenéticos cuanto dice el mandamás, así sea cualquier babosada. Llama la atención que líderes y caudillos, en proporción inversa a su importancia, son más susceptibles al halago y la zalema cuanto menos meritorios son. Sin embargo, en bares y restaurantes se ve que el vasallo, que gana mucho menos que el airoso personaje de sus querencias y sumisiones, siempre paga la cuenta.
Trasladado el caso al plano internacional, la arrogancia de los mandatarios de las potencias es ostensible frente a los jefes de Estado de países satélites, que los visitan para pedir apoyo y donaciones y entregan a cambio la soberanía de sus naciones; y sus recursos naturales, precariamente explotados por falta de tecnología y de capital de trabajo, situación que los poderosos aprovechan para celebrar convenios ventajosos. Es lo que los economistas llaman “posición dominante”, también de aplicación interna, cuando los grandes conglomerados industriales o financieros se quedan con los medianos y pequeños negocios, o con las ideas de sus creadores, aplicando la fórmula de que “el pez más grande se traga al más pequeño”. Así se concentraron en Colombia, y en todos los países en desarrollo, monopolios como embotelladoras de cervezas y gaseosas, bancos, aseguradoras, transportadoras aéreas y terrestres, centros comerciales (grandes superficies) y cadenas de almacenes, entre los más ostensibles. La llamada globalización no es otra cosa que la trashumancia de grandes capitales de país en país, jugando con las acciones en las bolsas de valores, igual que “rueda la inocente pelota” en las ruletas de los casinos de Mónaco y Las Vegas.
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“Dios los cría y ellos se juntan”. Muy ufanos regresaron los personajes de la política colombiana más retrógrada, especialmente la senadora odiosa, después de asistir a la convención republicana en los Estados Unidos, en apoyo de la reelección de Trump.
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