La edad de las personas se calcula de diferentes maneras. Una es la tradicional cuenta progresiva, desde el nacimiento, de acuerdo con el calendario vigente; otra es el número de levantadoras que haya tenido (tratándose de hombres, y una levantadora puede durar varias décadas); y también por los papas que les haya tocado.
Los de mi generación, comenzamos con Pío XII, Eugenio Pacelli, quien ejerció durante 19 años, y le tocó capotear nada menos que la Segunda Guerra Mundial. A éste lo sucedió Juan XXIII, Giuseppe Roncalli, quien inició una aproximación a “los hermanos separados”, para contradecir a los curas que nos educaron, quienes aseguraban que los practicantes de religiones distintas a la católica eran diabólicos. Después del gordito llamado “papa bueno”, quien reinó durante cinco años, vino Paulo VI, Giovanni Battista Montini, un diplomático que decidió escaparse de los fríos salones vaticanos y viajar por sus “dominios”. Cuando era presidente de Colombia Carlos Lleras Restrepo, aterrizó en Bogotá y besó la tierra, lo que confirma sus habilidades políticas.
A Montini, después de 15 años de papado, lo sucedió Juan Pablo I, Albino Luciani, quien ya le tenía cabuya pisada al Banco Ambrosiano, por malos manejos y relaciones con la mafia, y duró poco más de un mes al frente de la Santa Sede. Murió envenenado, según aseguraron los investigadores.
A este papa fugaz lo reemplazó Juan Pablo II, Karol Woytyla, un polaco que rompió la tradición de los papas italianos, quien sí se apoltronó 27 años en el “puesto”, y continuó con los periplos, hasta ser reconocido como el “papa viajero”. A Colombia vino, después de la tragedia de Armero, visitó varias ciudades y conmovió a católicos, escépticos y ateos, sin que a ningún mamerto se le ocurriera decir que con la plata que había gastado el país en atenderlo se hubieran podido solucionar los problemas de la Guajira y el Chocó, juntos.
Joseph Ratzinger, un intelectual alemán que se hizo llamar Benedicto XVI, se aguantó ocho años, entretenido con la redacción de enjundiosos textos filosóficos, hasta que renunció, para romper una tradición milenaria, porque no soportó el ajetreo de una actividad que le era extraña.
Entonces vino Francisco, así, sin número de continuidad, Jorge Mario Bergoglio, latinoamericano y jesuita, argentino, además, quien anda por este descuadernado mundo pregonando la caridad, la reconciliación y la paz. De momento, con su viaje a Colombia, ha logrado poner de acuerdo a los godos más recalcitrantes, que lo consideran demasiado liberal; y a los populistas que vuelven a mover el cuento de la comida de los niños pobres, que se pudiera solventar con lo que se va a gastar en su visita pastoral. Esa es una mezquindad. Lo que sí es una realidad es que, con mis coetáneos, hemos conocido papas durante 70 y tantos años…, y un mes.
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