Pese a que “por la verdad murió Cristo”, esta virtud tiene pocos seguidores y existen variadas formas de disimularla, para que las mentiras tengan apariencia de verdad. Lo cual es otra mentira. La frivolidad y el maquillaje son “mentiras piadosas”, una variedad muy común. Las mentiras se usan especialmente entre políticos, negociantes y enamorados. El káiser alemán Guillermo II, a quien le tocó muy joven afrontar la primera guerra mundial, dijo, antes de que los generales le quitaran la palabra, que “en una contienda bélica la primera víctima es la verdad”. A los gobernantes se les reclama por el incumplimiento de sus promesas. Inclusive está de moda promover revocatorias, sin tener en cuenta que las circunstancias pueden cambiar entre lanzar una propuesta electoral y hacerla efectiva. En no pocos casos por razones de fuerza mayor, que escapan a la voluntad del gobernante, por lo que no es justo tildarlo de indolente o mentiroso, sin tener en cuenta hechos insuperables, que no permiten cumplir promesas hechas al calor de una campaña electoral. Hay casos en los que es ostensible la utilización de mentiras para conquistar simpatías, como sucede con algunas obras públicas de gran impacto social, cuya ejecución está sujeta a infinidad de factores, que escapan a cualquier control. Como un aeropuerto, por ejemplo, propuesto por un visionario por cálculos que hizo a ojo pelado desde el otero de una casa de campo; presupuestado “a mano alzada”, sin ninguna certeza financiera; programado en terrenos debajo de los cuales no saben los excavadores qué van a encontrar; financiados los estudios por entidades oficiales que obedecen a intereses políticos; y acometido el proyecto por equipos de trabajo cuyas acciones iniciales son fijar altos salarios para los ejecutivos, mientras se toman fotos los gobernantes de turno, al lado de parlamentarios de sus afectos, y se señala “con profunda emoción patriótica” el año, fecha y hora para que en la magna obra aterrice el avión presidencial, con el primer mandatario a bordo y su séquito de altos funcionarios, políticos amigos, camarógrafos y periodistas cercanos al poder. Y diplomáticos paisanos de los contratistas, cuando estos son extranjeros, socios de nacionales que saben “mover las fichas”. Tales diplomáticos cumplen sus tareas de “estrechar aún más los lazos que nos unen” bajo la consigna de que “donde haya trago y pasa bocas, allá estamos”. Y fotógrafos, por supuesto.
Con gestiones semejantes se han ejecutado obras afectadas por demoras en la entrega, sobrecostos y deficiencias en la calidad. O que se convierten en “elefantes blancos” porque no se terminan.
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