Esta columna tiene condiciones que la apartan de controversias y menciones de actores de actualidad, a menos que se trate de intelectuales, deportistas o académicos, que por sus méritos merezcan un comentario encomiable. Para hablar mal de personas reconocidas hay especialistas. Para alabarlos a conveniencia personal del apologista, también. Las experiencias personales, buenas y malas, son privadas. Piensa quien esto escribe que los nombres propios sólo deben citarse de quienes son historia lejana, porque, como dice en un soneto autobiográfico, está “lejos ya de castillos y molinos” y no acepta retos de ningún “jayán que induzca a la pelea”. Los versos terminan diciendo que el autor solo quiere llegar a “plácidos destinos, al regazo de tierna Dulcinea que alivie con unción mis mataduras”, como ausencia definitiva de actividades que impliquen esfuerzo, físico y mental, o riesgos para su integridad, porque no aspira al martirio, ni tiene vocación de héroe. La selección de lecturas de los viejos apunta a temas idealistas, filosóficos, intrascendentes y amenos, cuando han doblado la curva descendente de los años y son despreciados por los tecnócratas financieros internacionales, que consideran un problema económico del mundo que haya demasiados viejos, cuyo sostenimiento es costoso y no aportan nada a la productividad. En la práctica, tienen razón. Las consideraciones humanísticas no caben en mentalidades frías y pragmáticas, diseñadas para el cálculo matemático y financiero. Desde el olimpo de sus cálculos, rigurosamente sistematizados, otean expectativas diferentes.
Sin embargo, el interés de los “adulto mayores” (como los registran las estadísticas oficiales) por los asuntos que atañen al patriotismo, a la naturaleza y al bienestar general de las comunidades es inseparable de sus sentimientos, no tanto por ellos mismos sino por sus descendencias y por las personas que aman. De ahí que, frente a encrucijadas políticas, que pueden afectar seriamente la institucionalidad democrática y la paz, quienes tienen la responsabilidad de expresarse desde un medio influyente deben señalar caminos a sus audiencias, aunque sea para que conste que no se quedaron callados, así no les hagan caso la soberbia, la ignorancia y los intereses mezquinos.
Para las elecciones próximas a realizarse en Colombia se destacan nombres que merecen mencionarse dentro de la baraja de opciones para la Presidencia de la República y el Congreso Nacional, frente a quienes se ufanan de contabilizar cuantiosos votos y se consideran dueños del balón en la cancha democrática del país. Algunos de esos nombres destacables demuestran que sí hay de dónde escoger, fuera de la alternativa Petro-Uribe y sus séquitos. Esos son: Humberto de la Calle, Jorge Enrique Robledo Castillo, Guido Echeverri Piedrahíta, Luciano Grisales Londoño y Piedad Correal Rubiano (del Quindío), Juan Carlos Echeverri Garzón, Alejandro Gaviria y Sergio Fajardo, por ejemplo, entre otros, que son “incorruptibles”, como definió De la Calle a Robledo. Y capacitados, además.
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