La cultura del café creó el oficio de las escogedoras, que hace parte de la calidad del producto. Su tarea consiste en limpiar los granos secos de impurezas, piedrecillas, cuerpos extraños, pasilla y granos brocados, de modo que queden los que van a ser trillados, tostados y molidos y finalmente industrializados, para que se vayan por el mundo a pregonar las excelencias del mejor café suave, orgullo patrio y emblema que identifica a Colombia.
Algo así, como el trabajo de las escogedoras, tendrán que hacer los electores en los comicios de marzo del 2022, para votar por quienes irán a ocupar las curules del Congreso Nacional para el período que comienza el 20 de julio próximo, de modo que tengan las menos impurezas posibles, que es lo que abunda en esta legislatura, y desde muchas anteriores. La tarea es compleja. El puesto de congresista es uno de los más apetecidas de la burocracia oficial, por las altas remuneraciones, los privilegios de que gozan los escogidos, la escasa responsabilidad laboral que tienen, las mínimas exigencias, académicas, intelectuales y éticas, necesarias para aspirar a ocupar una curul; y la forma como está montado el sistema parlamentario, de modo que los “padres de la Patria” sean inmunes ante cualquier castigo, sin importar el delito que cometan. Y cuando el pecado es inocultable y la justicia los toca porque le toca, las penas no pasan del escándalo mediático y de un proceso judicial que los abogados del encartado, ante la evidencia del delito, sólo tienen que enredar y dilatar, que el tiempo se encarga de hacer que se olvide y prescriba. Queda para el procesado el recurso de escoger un pariente cercano, o amigo incondicional, que lo reemplace en la curul, endosándole los votos cautivos, su “patrimonio” electoral, de modo que los privilegios propios de quienes ofician en el “templo de la democracia”, como se llama el Capitolio Nacional, pervivan en cuerpo ajeno, pero con destino al mismo bolsillo. Es una especie de reciclaje, que ha permitido la permanencia durante décadas de los mismos legisladores, por indignos que sean, sin que ningún intento de cambiar el sistema haya prosperado.
Los legisladores de ética borrosa consiguen que las cosas no solamente sigan igual sino que cada vez sean más favorables para ellos; y los buenos, tibios y pusilánimes, pasan de agáchese, porque al fin y al cabo lo que los malos consigan los favorece a ellos también. Esa es la realidad, así se maquille, de uno de los poderes del trípode democrático, en Colombia y en muchos otros países, cuya perversidad es ostensible; y la permanencia de los mismos, período tras período, tiene visos de perenne, porque quien tiene el privilegio de autorregularse lo hace con todo el articulado a su favor.
Los aspirantes inscritos actualmente para Senado y Cámara de Representantes son miles. Tiene entonces el elector que hacer como las escogedoras con el café; y con los ojos puestos en la calidad del cuerpo legislativo, separar “basura y pasilla” y votar pensando en el bien del país; y en su propio futuro y el de su familia. Buenos candidatos, sí hay.
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