Hay verbos que, en determinadas circunstancias, no admiten imperativos. Eso decía Jorge Luis Borges, refiriéndose a “amar, leer y soñar”. Hay que tener en cuenta que el ciego iluminado era poeta, distante de pragmatismos, más inclinado a identificar las cosas con imágenes ilusorias. Cuando Jesús de Nazaret les dijo a sus seguidores “amaos los unos a los otros”, con instrucciones de que trasmitieran la idea como un imperativo de su doctrina, fundamento esencial de la iglesia que creaba, lejos estaba de pensar que con su instructivo pasaría lo que siglos después con las órdenes que impartían los monarcas europeos para que se pusieran en práctica en las colonias de sus respectivos imperios: “Se obedece pero no se cumple”. Los humanos se aman unos a otros a conveniencia, salvo excepciones que confirman la regla, como enseñan los textos escolares. Pero lo que se ha visto a lo largo de la historia, lo que han practicado los hombres, paradójicamente, la mayoría de las veces, en nombre de las religiones, poniendo a los dioses como estandartes, es “mataos los unos a los otros”.
En cuanto a leer, literatura, se entiende, porque los textos prosaicos son rutina, los maestros cometen el error de ordenárselo a los alumnos, sin una metodología consecutiva. “Léanse el ensayo de Édgar Morin sobre el Pensamiento Complejo (200 páginas) este fin de semana y traigan un resumen mínimo de ocho páginas el lunes”, les dejan como tarea a unos muchachos que, ni por el filo, conocen la filosofía. Ese imperativo de leer es imposible de cumplir. Lo lógico es que la lectura de textos complejos la haga el profesor y trasmita a sus estudiantes lo esencial de las ideas, el meollo, que les sirva de verdadera orientación para transitar los caminos de la cultura. Pero un muchacho no se va a tirar el fin de semana leyéndose un “ladrillo” e inventando un resumen de algo que no entiende, y acude a un “adulto mayor” desocupado, que ahora en pandemia es fácil por el confinamiento, pero en tiempos normales imposible. Leer es como subir escalas: peldaño a peldaño. Y por iniciativa propia, porque el verbo no admite imperativo, cuando se refiere a ensayos, novelas, poesía y similares.
“Soñar no cuesta nada”, dicen los poetas. Pero el pragmatismo les reprocha a quienes hacen castillos en el aire o piensan en futuros mágicos, diciéndoles que “aterricen”. Ordenarle a alguien que sueñe es un imperativo sin sentido. Otra cosa es motivar a los demás para que tengan aspiraciones, o “sueños”, previa formación, responsabilidad, esfuerzo y buen criterio. Es decir, construir el sueño con disciplina, advirtiendo que lograr algo no es soplar y hacer botellas, sino un proceso que se cumple por etapas.
Creer, es otro verbo que puede incluirse en la lista de los propuestos por Borges como no admisible de imperativo. Sin embargo, a los iniciados en temas morales se les plantean absurdos carentes de toda lógica, huesos duros de roer, con la advertencia de que deben tragárselos enteros como un acto de fe, porque son verdades reveladas. Esa “pedagogía” deja más dudas que certezas.
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