Para que entiendan los ejecutivos financieros y los tecnócratas educados para generar utilidades, y no para mejorar la calidad de vida de la gente, los pobres son mal negocio, razón por la cual debe acabarse con ellos. No por métodos violentos, sino sacándolos de la pobreza. El corazón de los ricos queda en el bolsillo. Hace poco un empresario, como lo más natural, decía que la esclavitud se había acabado porque no era negocio. Según él, al esclavo había que sostenerlo del todo, y sostenerle la familia. Mientras que al liberto se le paga un jornal y punto. Los empresarios aportan a obras filantrópicas porque las donaciones son deducibles de impuestos, además de darles buena imagen y publicidad gratuita en los medios. Así son las cosas. Presentarlas de otra manera es ingenuidad.
Las naciones que tienen los más altos índices económicos y de calidad de vida sustentan su éxito en la capacidad de compra de sus habitantes. Y esa capacidad depende de los ingresos familiares, de la educación para el consumo y de los excedentes financieros para invertir en bienes raíces, muebles, vehículos, electrodomésticos y tecnología. Para gastar en recreación y turismo; y para la formación académica y el ahorro.
De ahí la necesidad de fortalecer la clase media. La consigna revolucionaria “Libertad, igualdad, fraternidad”, en cuanto a igualdad económica, es utópica. El equilibrio es posible conservando las élites sus privilegios como grandes aportantes al fisco, y reduciéndose la pobreza, para que aumente la capacidad de consumo de la población, lo que beneficia al sector productivo. Ese es el lenguaje que entienden industriales, comerciantes, constructores, transportadores y similares. Los pulpos financieros, no. Su objetivo es acumular riqueza en efectivo, acaparar poder para someter al Estado a sus intereses y monopolizar negocios “pulpos”, como servicios, tecnología y multimedia. Las inversiones agropecuarias no les atraen, pero sí la tierra que pueda ser urbanizable. Esa idea la comparten con la ganadería extensiva. Terratenientes y latifundistas, además del ganado, les interesa “engordar” la tierra, porque tienen muy claro que la agricultura es un negocio de pobres. Por eso debe subsidiarla el Estado, teniendo en cuenta que la comida es indispensable, pero producirla es riesgoso, por lo que al gran capital no le interesa. Les corresponde a los gobiernos asumir la responsabilidad de protegerla.
Hace un siglo asesinaron al general Rafael Uribe por proclamar que “la tierra es para el que la trabaje”. Lo mismo les pasa ahora a los líderes reclamantes de tierras arrebatadas a sus dueños por las mafias. Los grandes capitalistas de la época increpaban al general Uribe: “¿Usted quiere acabar con los ricos?”. A lo que contestaba: “No, yo lo que quiero es acabar con los pobres”.
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