El entorno humano es desconcertante, porque dentro de la naturaleza viviente el más voluble es el ser humano. El ejemplo primario es la propia persona que actúa bajo diferentes perspectivas y no identifica consciente y totalmente su accionar, durante su vida. Los secundarios son aquellos con los que se contacta a través de su existencia, que no son pocos, salvo que sea un ermitaño.
Una cualidad innata de los seres humanos es su tendencia a compartir momentos con otros. Por lo tanto, su mayor preocupación es encontrar seres, humanos o animales, con los cuales interrelacionarse en los diferentes espacios que le otorgan las 24 horas del día.
Las personas tienen un conocimiento limitado de los demás seres, inclusive de su familia ubicada en el árbol genealógico más allá de su entorno íntimo. Se saludan, se hablan, se escriben y comparten trabajo o estudio u otras labores, pero el ser humano completo permanece en la oscuridad para los demás. Algunos alcanzan a vislumbrar al semejante integralmente, pero es frecuente oír con relación a otras personas que ellas son una incógnita o un enigma.
Todas las personas tienen derecho a la inviolabilidad de su fuero interno, por lo que es una obligación respetar la privacidad de cada uno. Hay muchas maneras de comportarse, aunque los psicólogos definan líneas generales, éstas siempre son variables. El comportamiento es rígido en muy pocas personas, en todas las esferas de la vida a través de los años.
El avance en la edad va dando forma a los diferentes aspectos de la personalidad. Generalmente de una extrema rigidez en el comportamiento pasa a líneas más flexibles y los motivos son tan numerosos como las propias personas que transforman sus conductas.
Es indudable que las personas que actúan en diferentes aspectos del diario devenir ya sea por obligación o por otros motivos, comprometiéndose a ejercer determinadas actividades, deben ser evaluadas por las intenciones, por la sapiencia, por la experiencia, por los medios utilizados o por los resultados, respetándose todo lo demás.
Pero cuando se conocen, sin que sea resultado del comadreo, rasgos más íntimos de las personas, estas son consideradas de diferente manera y sus obras pueden tener evaluaciones distintas, que las pueden acercar o alejar de los demás. Este sesgo se debe evitar, por cuanto no puede ser óptima una valoración basada en procederes estrictamente personales.
Pero la persona se entiende mejor cuando se conoce de ella, por mecanismos leales y quizá por ella misma, incluyendo su familia, quién es y qué hace; sus intereses; sus gustos y no gustos; sus aspiraciones y sus fracasos. Todo esto lo identifica como una persona y lo convierte en un ser más humano.
Sin embargo, la medalla tiene un anverso. En el fondo queda su intimidad, intransferible e inviolable. El reo más comprometido con la agresión a la ley, tiene pleno derecho a ese universo en donde solo impera él.
Algunos candidatos a las elecciones del domingo pasado en Madrid revelaron sus gustos personales, y quizá así se han aproximado a sus electores. Es posible. Identificar que un presidente, un papa, un ministro, una reina, un rector, un alcalde, un gobernador o un contradictor, tienen intereses, amores y disgustos como cualquier ciudadano, los hace más terrenales. Lejos de las vanidades. No son seres distintos: nacieron de mujer y morirán sin atenuantes.
Ahora bien, si se conocieran más a fondo los candidatos para las próximas elecciones en el país: ¿Podría variar el criterio del elector? La respuesta no es fácil. Pero en el conocimiento no oficial se dicen muchas cosas que no se conocen con certeza y los resultados electorales son iguales. ¿Dónde estará el problema?
Nota: Según la Real Academia de la Lengua, un sinónimo es: Dicho de un vocablo o de una expresión: que tienen una misma o muy parecida significación que otro.
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