La historia es una parte del conocimiento esencial en el desarrollo de los pueblos y las instituciones. Lamentablemente, se olvida y en no pocas ocasiones se ignora porque parece baladí frente a otras actividades consideradas más importantes pero en realidad es solo la obnubilación por lo moderno, sin mayores análisis.
Lo actual tiene base en lo anterior y este en lo precedente y así se puede retroceder hasta perderse en la lejanía inconmensurable de los siglos. Entender lo moderno con perspectiva de lo sucedido no es atrayente para quienes creen que todo ha comenzado en la corta distancia del pasado y otros se atreven a decir falsamente que todo se ha iniciado en el presente.
Muchos creen que su acción es importante y única, que todo lo anterior es desdeñable e inclusive promueven borrar lo previo en el entendido que sólo su ególatra actividad es valedera. De ello, hay ejemplos por doquier y no pocos llegan a gobernantes, legisladores o aparentes importantes directivos. Grotescamente, en cualquier actividad humana aparecen seres poseídos de una especial característica de falsa supremacía.
El pasado 8 de agosto se cumplieron 50 años de la nacionalización de la Universidad de Caldas, mediante la Ley 34, sancionada por el trascendente Presidente de la República, Carlos Lleras Restrepo y signada por el recordado Ministro de Educación, Gabriel Betancur Mejía.
Este paso le ha permitido a la Universidad permanecer en el tiempo y le garantizará la existencia en el futuro. El rector de la época, el Maestro Ernesto Gutiérrez Arango, convocó a quienes podían intervenir decididamente en el proceso, en especial a los congresistas Alberto Mendoza Hoyos y José Restrepo Restrepo.
Luego de su fundación como Universidad Popular, mediante la Ordenanza 006 del 24 de mayo de 1943, de la Asamblea Departamental de Caldas, la institución paso a denominarse Universidad Popular de Caldas, 1946. Posteriormente la entidad se reorganizó mediante Decreto 1038 bis, de 1949 con el nombre Instituto Politécnico-Universidad de Caldas.
El Acuerdo 01 de 1956 de la entidad, le asigna el nombre único de Universidad de Caldas, bajo el rectorado de César Palacio Londoño. A partir de allí la vida de la Universidad se ha acrecentado hasta llegar a la institución con la que cuenta la sociedad colombiana siendo un orgullo para todos los caldenses.
Sin la necesaria, fundamentada y decidida propuesta del egregio médico Ernesto Gutiérrez Arango, no hubiera sido posible que la Nación se responsabilizara de la Universidad. Retrospectivamente, fue un paso esencial por cuanto el Departamento no podía seguirla financiando y hoy sería incapaz de hacerlo.
Hubo varias voces en contra, muchas de ellas de docentes y funcionarios porque perdían prestaciones sociales, especialmente la retroactividad en la liquidación de las cesantías. Otros se dolían por la pérdida del control del gobierno caldense. Los beneficios de la nacionalización, de difícil inicio inmediato, fueron dando resultados hasta obtener el respaldo deseado. El primer impacto fue la cancelación puntual de los servicios personales de todos los vinculados a la Institución. Seguidamente, con los flujos asegurados de la Nación se fueron cumpliendo otros compromisos.
Hoy, la Universidad transita por caminos diferentes y algunos muy difíciles pero su fortaleza trasciende los años. Con el vaivén de los escalafones, es seguro que en los próximos cien años no será la primera, según los actuales indicadores, pero deberá seguir cumpliendo cada vez mejor con sus tareas en la formación, la extensión y la investigación.
Merece escrutarse la historia de la Universidad Nacional de Caldas, su vinculación con el Instituto Universitario; el actual Liceo Isabel La Católica; la Escuela de Artes y Oficios, ahora Bellas Artes, y las Escuelas que han formado miles de profesionales, quienes son los testigos primordiales que refrendan la importancia del Alma Mater.
No es únicamente la Certificación de Alta Calidad, que afortunadamente tiene la institución, quien respalda a la Universidad, es la sociedad que la considera cercana a sus afectos, agradecimientos y a la esperanza de seguir entre ella. Sin embargo, los caldenses claman por su voz múltiple, indispensable como guía.
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