Con motivo de las crisis se han escrito varios textos, incluyendo los destructivos mensajes a veces peores que las agresiones físicas, porque impactan indeleblemente en la mente de los ciudadanos.
Francisco Cajiao, columnista de El Tiempo, escribió el pasado 24 de mayo un artículo que plantea de manera diáfana dos problemas que inciden en los colombianos. Titula así: “La ignorancia y la pobreza. Nuestros jóvenes no saldrán de la pobreza si no les damos oportunidades para usar su inteligencia.
En estos días difíciles nos asalta el vocabulario de la desesperanza: aumento de la pobreza monetaria, tasas de desempleo crecientes, destrucción de grandes sectores del aparato productivo, recrudecimiento de la violencia y miles de jóvenes desesperados, de quienes sabemos muy poco porque nadie los representa y nada tienen que perder en un trasegar trágico por las calles.”
Cierto, son cientos de miles de jóvenes que se apartan, pero sufren en silencio al lado de sus familias.
Daniel Samper Pizano escribió el pasado domingo, en su columna del sitio los Danieles, bajo el título de Líderes en vía de extinción: “Uno de los colombianos que mejor ha estudiado el fenómeno del mando político es Orlando Fals Borda. Según el maestro barranquillero, el caudillo es un gamonal venido a más, un jefe extraordinario típico de sociedades agrarias tradicionales que ofrece metas colectivas de felicidad y progreso a base de carisma, ímpetu militar y autoritarismo. Calcula el caudillo que esto solo se logra “por imposición desde arriba, con mano fuerte a veces, sobre un pueblo ignaro en su mayoría marginado de los conflictos ideológicos.
… el líder auténtico debe distinguirse (añade Fals Borda) por su “amplitud, desprendimiento, persistencia, altruismo, seriedad, rectitud moral y hasta heroísmo”. Según el conocido sociólogo, el más claro ejemplo de un líder es Jorge Eliécer Gaitán. Pienso que también lo serían Gustavo Rojas Pinilla (que logró, dice Fals, “la más caudalosa adhesión popular desde los días de Gaitán”) y Luis Carlos Galán, sin negar los rasgos de liderazgo de los dos López, Santos (pero no Juan Manuel, sino Eduardo), Ospina Pérez, Laureano y Álvaro Gómez, Lleras Restrepo y Alzate Avendaño, entre otros. Camilo Torres y Carlos Pizarro habrían llegado a serlo, pero se equivocaron de camino.”
Hay un vacío doloroso en estos tiempos.
Antonio Caballero en su columna expresó: Promesas sin cumplir. “Dice Malcolm Deas, el hiperultraconservador historiador inglés que lleva cincuenta años estudiando a Colombia, que aquí los conflictos se resuelven —o no — en unas negociaciones en las que se promete pero no se cumple. Y que esto de esta vez va a ser así. Otra vez. Como cuando, hace dos siglos y medio, el arzobispo virrey Caballero y Góngora negoció con los sublevados Comuneros de Galán en su calidad de arzobispo, y les prometió unas reformas y unas cosas; y unos meses después, como virrey, incumplió todas sus promesas de arzobispo y los condenó a muerte. Estoy de acuerdo con el ultraconservador historiador Malcolm Deas. Nunca lo hubiera creído”.
De promeseros está lleno el país. Hay que recordar las épocas de elección.
Lo expresó la escritora canadiense Margaret Atwood, en El País: “Las utopías van a volver porque tenemos que imaginar cómo salvar el mundo.”
Así deben pensar los colombianos.
Juan Carlos Echeverry, escribió el domingo en El Tiempo: “No es cierto que seamos un país rico…. No es el oro, el petróleo, las esmeraldas y los mares lo que da la riqueza. Es la producción, la organización, la imaginación, la tecnología, la toma de riesgos, la competencia exitosa con países y empresas en todo el mundo lo que crea riqueza. Si no producimos, no hay riqueza. Solo pobreza.”
Nota: No debe tolerarse la destrucción de Manizales Ciudad Universitaria.
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