La gramática española merece atención, no es fácil porque inclusive profesionales, mea culpa, cometen errores que parecen inadmisibles pero se utilizan en la mayoría de las veces sin alevosía ni premeditación, simplemente por ignorancia vencible.
El latín, griego, francés, y luego el inglés han aportado a los médicos palabras y frases que utilizan en la comunicación científica, frecuentemente ininteligibles para el ciudadano común. Ello sin contar con la manera telegráfica de escribir de muchos estudiantes quienes utilizan gráficos que producen grima al tratar de interpretarlos y disgusto por no poder ubicarlos adecuadamente en el texto. De la letra es mejor el silencio aunque existen preciosas letras que las va deformando la vejez. No es verdad que lo médicos escriben a propósito de manera ilegible para que no se identifique lo anotado.
Hace 31 años apareció el anglicismo escepticemia, Pert Skrabanek y James McCormick, como una combinación de términos: escepticismo y septicemia. En español, el primero lo define el léxico corriente de varias formas, pero es conocida como una acción de escéptico, que generalmente indica no creencia. Del segundo, es una palabra utilizada en medicina que indica, de la manera más sencilla, una infección en dos o más órganos.
Pero se utilizó para indicar la necesidad del escepticismo médico ante diferentes acciones y actitudes, supuestamente benéficas, pero que se apartaban de la rigurosidad científica de la medicina. La palabra denotaba el juicio crítico que deben utilizar quienes ejercen la profesión médica y se opone rotundamente a la evidencia empírica.
A propósito puede acuñarse otro término: esceptopol, que puede interpretarse como escepticismo político, de moda en los días presentes a pocos meses de las jornadas electorales decisorias.
¿A quién creerle? En el panorama aparecen de nuevo directrices generales: A la sapiencia; a la experiencia; a los resultados previos; al proyecto utópico o sensato; a la persona; a la recomendación de cualquier índole; a los antecedentes familiares; a las promesas reales, abiertas y justas o indebidas y oportunistas; al compromiso político a todo trance o simplemente al azar, porque casos se han dado cuando la suerte ha definido.
Los colombianos se han vuelto en diferentes aspectos más escépticos porque la esperanza de las promesas se ha convertido en duras realidades que indican fracasos de los ofrecimientos. Además, con la indiferencia reiterada de quienes prometieron, se tornan más difíciles de aceptar.
El colombiano debe ser más crítico con los gobernantes y los legisladores porque, así no haya votado por ellos, cada uno de los elegidos le deben cumplir a la región y al país. Los motivos por los cuales no plasma en realidades las aspiraciones de quienes han sido sus electores, son muchos algunos justificables y otros no.
Pero la desfachatez de quienes sin méritos solicitan el voto y de quienes eligen, sin al menos pensar en lo mejor para la región y el país o siquiera la familia o el entorno, hacen que las omisiones que se repiten ciclo tras ciclo sean la regla.
De otro lado quienes aspiran a cambiar de ámbito, por ejemplo de Senado o Cámara a Presidencia, o de Cámara a Senado, deben ser conscientes de sus antecedentes y capacidades realmente detectadas y brindadas.
Cuando en política se hacen promesas, el éxito consiste en tener presente cuales son de medio o de fin. Los resultados deben ser la presentación futura. El juicio crítico, de cualquier persona, es válido por respeto a su ser; puede ser equivocado o no de acuerdo con su grado de instrucción y capacidad mental; pero es innegable expresado como un derecho frente a las actuaciones de los seres humanos elegidos por la comunidad a donde pertenecen.
Nota: Gracias a quienes leen la columna.
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